Tomar decisiones bajo presión dentro de un conflicto social no es una tarea fácil, tal como lo decía mi apreciado profesor, Dr. Jaime Sánchez Susarrey catedrático en la Universidad de Guadalajara, “esos asuntos no son para el que le gusta, sino para el que le entiende”. En momentos de crisis social, no hay margen de error en las decisiones que toman los líderes, cada movimiento en mayor o menor medida se articula a una serie de hilos tensores que mueven una compleja “telaraña”.
Entre más actores se involucren en un conflicto social más difícil será la solución del mismo, la multiplicidad de intereses que conjugan cada uno de ellos, vuelve los procesos de negociación imposibles para dejar a todos satisfechos. Cuando un movimiento legitimo camina por la vía de las afectaciones a terceros corre el riesgo de despertar lo apetitos e intereses de aquellos que actores ganan en “el no acuerdo”.
Decidir romper una mesa de negociación para dar paso a la ejecución de acciones de presión social, es tal vez uno de los procesos más difíciles para quienes encabezan los movimientos. La afectación a terceros, las repercusiones económicas de otras actividades productivas o de movilidad social siempre trae consecuencias que vale la pena correr, si y sólo si, se tiene al menos un mínimo de certeza de alcanzar el objetivo perseguido.
Al tomar este tipo de decisiones, el líder enfrenta también la posible consecuencia jurídica, según sea el caso: por ataque a las vías de comunicación, daño en propiedad ajena o los que resulten en los albures de las acciones emprendidas. En todo movimiento de choque o confrontación social la pólvora está presente y una pequeña chispa desencadenaría una serie de eventos que puedan poner la situación fuera del control de los cabecillas.
Los gobernantes pueden optar por la negociación total o parcial, del mismo modo que la confrontación directa o indirecta. Los mecanismos de presión que los gobiernos tiene sobre los movimientos sociales pueden ser ejercidos desde el orden legal -la minoría de las veces- y de control político no institucional -la gran mayoría de las veces-.
Es común, según la historia sociopolítica mexicana, que la mayoría de los líderes en los movimientos sociales son viejos conocidos del sistema, actores que entienden perfectamente el funcionamiento de “la telaraña” pública y, por ende, juegan bajo sus reglas -formales e informales-, buscando sus incentivos y procurando evitar sus efectos adversos. Muchos de los que hoy gobiernan, fueron líderes de oposición en el pasado, que de la misma forma utilizaron mecanismos de presión para insertar sus temas en las agendas públicas. Conocen la regla del camino a cuatro tiempos: presionar – dialogar – presionar – pactar.
Juagar en la lógica de la protesta, es conocer mil formas para desvirtuar los movimientos descalificándolos por la intromisión de actores que carecen de credibilidad y apoyo social. Algunas veces más vale luchar solos que mal acompañados, porque hay actores políticos que con la “suma” al movimiento en realidad “restan”.
Y eso fue justo lo que pasó en la liberación del Aeropuerto de Culiacán. El Presidente, hombre que conoce de movimientos sociales porque en toda su carrera política lideró decenas de ellos, recogió los argumentos necesarios para vincular la protesta de los agricultores con sus enemigos en los partidos políticos de oposición. Porque en afán electoral los dirigentes partidistas fueron a donde no les llamaros, hicieron suya una lucha que no les pertenece y mancharon con su desacreditada presencia -véase encuestas de rechazo por partido- un movimiento que siempre tuvo mesa puesta para la negociación.
Con la toma aeroportuaria no consiguieron nada más allá que el rechazo de la población que antes los veía con simpatía. Pero el error más grande en la estrategia maicera fue permitirles a los políticos de siempre estar ahí, con sobreros y botas falsas, colgándose desesperadamente de un movimiento para salir en los noticieros y ganar la nota, en demérito de sus “aliados”.
Imaginemos que los lideres, conociendo la historia de su contraparte -López Obrador-, en lugar de recibirlos los hubieran abucheado. Si al ver la presencia de dirigentes partidistas los hubieran expulsado de la protesta, repudiándolos como al infiltrado que busca deslegitimar el movimiento y exterminar con ello la pureza de un legítimo reclamo social. ¿Y qué hubiera dicho el Presidente sin el pretexto de sus enemigos en la lucha? ¿Por qué Sinaloa fue el único estado que decidió perjudicar a los ciudadanos ajenos al conflicto tomándolos como rehenes y no como aliados? Luego le seguimos…