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Los semáforos de Culiacán: infancia perdida

En este tiempo de pandemia, ¿han puesto atención a lo que sucede en los semáforos de los bulevares principales de la ciudad? Ver más allá del...

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En este tiempo de pandemia, ¿han puesto atención a lo que sucede en los semáforos de los bulevares principales de la ciudad? Ver más allá del incremento en el número de conductores que no obedecen el reglamento de tránsito, pasándose el rojo, haciendo doble o triple fila para doblar a la izquierda, comiéndose los pasos peatonales y más faltas que necesitan toda una columna especial. ¿Han visto a las decenas de niños y niñas que están “trabajando” como limpiaparabrisas o pidiendo limosna? ¿Cuál es la razón por la que están ahí? ¿Por qué lo vemos tan normal y hasta queremos “ayudarles” con 5 o 10 pesos?

Hace un año publicaba en Twitter “acabo de hablar por 2da vez al 911 para notificar (en menos de una hora) de 3 niños, de 5 a 10 años, vestidos de payasitos pidiendo limosna en Blvd. ROTARISMO y Cabrera (Universitarios). Fui y vine. No han ido. Que lo canalizaron a @Dif_Sinaloa”. Fueron varios días de llamadas para pedir apoyo sobre el tema de estos niños y niñas que mueven por toda la ciudad con lo que parece, un horario bien programado acorde al tráfico; dejándolos a su suerte y con el riesgo constante de sufrir un accidente. No fui la única que señaló y documentó la situación.

Después de no sé cuántas llamadas y solicitudes de apoyo a las autoridades, las niñas y niños desaparecieron de los semáforos, pero solo fue de manera temporal. El problema volvió con mayor fuerza, con dos diferencias: ya no son solo los mismos menores explotados, son más, y ahora no están solos, hay adultos, hombres y mujeres, “supervisándolos” y pidiendo propina/apoyo con ellos, “ayudándolos” en sus malabares y quitándoles las monedas que colectan al finalizar su número, moviéndolos a otros puntos de la ciudad para iniciar un nuevo turno de mendicidad, así día con día, desde muy temprano por la mañana hasta muy entrada la tarde y noche. 

¿Cuántas veces hemos dado una moneda a estos niños pensando que realmente los estamos ayudando? Sin imaginarlo, quizás estamos apoyando a una mafia (totalmente organizada) que explota a niños y adolescentes traídos principalmente de comunidades indígenas, lejos de sus padres, que viven en situaciones de pobreza extrema, con la promesa de que estudiaran, tendrán mejores oportunidades de vida, y que, tal vez, trabajen de apoyo algunas horas al día en labores de casa, muchas veces a cambio de una pequeña suma de dinero para sus familias. Al dar 5 o 10 pesos apoyamos de manera indirecta, por desconocimiento y porque apelan a la buena voluntad, la trata de personas y la explotación infantil. 

En México, a través de la Ley General para Prevenir, Sancionar y Erradicar los Delitos de Trata de Personas (aprobada en el 2012), se señala la mendicidad ajena como explotación, y la define en su artículo 24 como “el obtener contra la voluntad de una persona, el beneficio de pedir limosna o caridad, recurriendo a la amenaza de daño grave, el uso de la fuerza u otras formas de coacción o engaño”. Además, se sanciona con penas que van de 9 a 15 años de prisión, y de mil a 25 mil días de multa si se utiliza “a personas menores de dieciocho an~os, mayores de setenta, mujeres embarazadas, personas con lesiones, enfermedades o discapacidad fi´sica o psicolo´gica”.

Al darles unas monedas, en lugar de ayudar a esas niñas, niños y adolescentes, vulneramos sus derechos humanos y de infancia: a jugar, estudiar, a vivir en condiciones de bienestar y a un sano desarrollo integral, a vivir en familia y a tener una vida digna, solo por mencionar algunos. Por querer ayudarles, terminamos perpetuando ese círculo vicioso de explotación que hemos normalizado como buena voluntad y caridad.

El primer paso para ayudarles es no darles una moneda, sino denunciar los puntos en los que se encuentran; el exigir a las autoridades municipales y estatales que acudan al llamado y salvaguarden sus derechos, alejándolos del peligro y la explotación. La responsabilidad recae en todos nosotros.

Fuente: Internet

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