En medio de la intensa confrontación entre los poderes Ejecutivo y Judicial sobre los sueldos que reciben los funcionarios de primer nivel de éste, se hace público el caso del magistrado de Veracruz Alfonso Eduardo Serrano Ruiz, que aparece en fotografías presumiendo de sus paseos en autos de lujo, relojes de la marca Rolex y su afición por los caros puros cubanos.
Ese tipo de prácticas son justo la más clara muestra de los excesos que los mexicanos repudian, son el argumento principal del presidente Anfdrés Manuel López Obrador para calificar como “deshonestos e insensibles” a los miembros del poder Judicial, y le pegan en la línea de flotación de la defensa que hacen los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación contra la Ley de Ley de Remuneraciones que los obligaría a bajarse los salarios.
Duro golpe que deja varias lecciones por el tren de vida cara que puede darse el magistrado, pero sobre todo por el mensaje de mezquindad y arrogancia que envía un personaje que como todos los que realizan la tan delicada función de impartir justicia, debe privilegiar en todos sus actos la cordura, la madurez y el equilibrio emocional, además de su probidad, sobriedad, discreción y compromiso con la justicia.
Aquí la primera lección es sencilla: Si como personas no tienen la capacidad de actuar con sensatez, sin fanfarronería, alejados de la arrogancia y al margen de la frivolidad en su quehacer cotidiano, tampoco como impartidores de justicia sus fallos tienen por qué ser sabios, ecuánimes, y menos honestos.
¿Cómo pudo encumbrarse un individuo de estas características hasta alcanzar tan delicada responsabilidad? Y ahí surgen más dudas sobre la cuestionable calidad de los procedimientos que se siguen en las designaciones de estos y otros cargos y aparece la sospecha del vil tráfico de influencias o la descarada venta de puestos, aun haciendo a un lado el asunto del probado nepotismo en ese privilegiado segmento de la función pública.
Segunda lección: El personaje conocido ahora como #LordMagistrado tiene un sueldo de entre 145 mil y 150 mil pesos mensuales, suficiente para vivir muy por encima de la pregonada honrosa medianía de la austeridad republicana, pero difícil para alcanzar los niveles de los que presume.
Entonces, cae por sí solo el argumento que no pocos esgrimen en el sentido de que menores ingresos de altos funcionarios del poder Judicial los inclinarían a incurrir en actos de corrupción en el desempeño de sus funciones.
No parece ser el caso. No hay sustento científico para tal afirmación. Es condición humana, de formación y de principios. En el Judicial y en los otros dos poderes hacen amplia mayoría quienes realizan su trabajo con honestidad, al margen del salario que perciben.
Es cierto que no me gusta el lenguaje beligerante y de permanente descalificación del presidente en este asunto tan delicado, pero me parece que es tal el hastío de la sociedad por los excesos, por los agravios insultantes que arrastran de tantos funcionarios como #LordMagistrado incrustados en todos los niveles y en todos los poderes, que ahora este su “pueblo bueno” le exige que no claudique en esta pretensión, con todo lo que ello implica en materia de división de poderes. Esa es una tentación de alto riesgo, y en el peor momento.