Pablo Piccato, investigador del Colegio de México acaba de publicar un libro titulado La violencia en México, en la Colección Historia Mínima.
El libro lo divide en varios temas: Violencia revolucionaria, Violencia por la tierra, Violencia y religión, Pistoleros y otros criminales, Guerrilla y represión, Violencia y negocios ilegales y Toda violencia es violencia de género.
En este artículo me referiré solo al capítulo que habla de la violencia y negocios ilegales.
La violencia asociada con el crimen organizado está muy cerca a nosotros: no ha terminado aún su ciclo más destructivo. Al mismo tiempo, ya es una historia bastante larga, de casi medio siglo. Esta industria siempre se ha mezclado con otros negocios legales e ilegales, y su íntima asociación con el uso de la violencia sólo ocurrió en las últimas décadas.
Desde los años sesenta del siglo pasado, comenzó a aumentar rápidamente la demanda de droga en los Estados Unidos, lo que causó la expansión de la importación de armas de ese país y las exportaciones desde México.
El uso de la fuerza pasó de ser un costo del negocio del narcotráfico en una época de expansión en los sesenta y ochenta, a volverse un activo, un recurso que es la clave de la explosión de los homicidios y otros delitos contra las personas en los últimos años. En esa transición la industria misma se transformó. Ya no se reducía a la producción y la exportación lucrativa e ilegales donde el uso de la coerción era el común denominador: secuestro, extorsión, tráfico humano, venta de drogas al menudeo.
Un factor central del cambio fue el papel del Estado y sus representantes. Hasta los años ochenta, como lo señala Ben Smith, los agentes judiciales, de narcóticos y de otras corporaciones policiales les daban a los traficantes de droga protección, pero también los sometían a la extorsión pistoleril. Les robaban dinero y producto, los torturaban para hacerlos confesar o incluso mataban a los que no los obedecían.
La prohibición de las drogas en ambos países ocurrió en la primera mitad del siglo XX, pero no resultó en una expansión de la violencia. Lo que cambió en las últimas décadas del siglo fue la cantidad de dinero que estaba en juego.
A partir de aproximadamente los años ochenta, los narcos más poderosos comenzaron a revisar su relación con los agentes del Estado. Al mismo tiempo que mandaban dinero a los escalones más altos del gobierno federal, convertían a los policías locales y federales en sus empleados. A cambio de sobornos regulares, éstos le daban seguridad a sus operaciones, por ejemplo, protegiendo el aterrizaje y la descarga de aviones que venían del sur, y hostigaban a sus rivales.
En el siglo XXI comenzaron “guerras” entre grupos que se disputaban ciudades o cruces fronterizos. Esto llevó a niveles de brutalidad que hubieran espantado a los pistoleros de mediados de siglo.
Las conexiones con productores sudamericanos de cocaína fueron un factor decisivo en el crecimiento de la industria y en la consolidación de algunos liderazgos. La producción y el tráfico de metanfetamina abrió una vinculación con Asia. La colaboración con distribuidores dentro de los Estados Unidos se volvió un recurso clave para los grupos más exitosos. Ahora los jefes invierten más dinero en el uso de la fuerza, comprar armas e inteligencia. La violencia pasó de una escala local, defensiva y más bien artesanal, heredada de la época de los pistoleros, a dimensiones y niveles de complejidad que se pueden caracterizar como industriales.
En los viejos tiempos el negocio no era completamente pacífico, pero estaba sujeto a reglas que reducían la necesidad de usar la fuerza.
Hay evidencias de que el homicidio era un recurso para lidiar contra amenazas desde el gobierno o los competidores. El ejemplo más famoso es el asesinato en 1944 del gobernador de Sinaloa Rodolfo T. Loaiza a manos del pistolero Rodolfo Valdés, el Gitano. Sinaloa ofrece algunos ejemplos de los métodos que vendrían. La nota roja informaba de la muerte de Francisco Contreras, en 1977, “al estilo Culiacán: le dieron cincuenta balazos”.
Nota: para la elaboración de este artículo se recogió información del libro de Pablo Picatto, La violencia en México, Colegio de México. 2022.