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En el vacío perfecto

Dejar de escribir por un tiempo y luego regresar frente al ordenador, frente a la página en blanco es un acto de cobardía, un ardor ilimitado....

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Dejar de escribir por un tiempo y luego regresar frente al ordenador, frente a la página en blanco es un acto de cobardía, un ardor ilimitado. Esto es lo que se siente al dejar de escribir. Y hoy ha regresado.

Hoy se me ha manifestado el miedo en forma de manzana, a la altura de la garganta, como una hinchazón que pesa y se balancea  Es un pequeño tumor que empezó a germinar, acrecer, a robarse el aire que respiro el mismo día que decidí dejar de escribir esta columna. Confieso que no lo había notado hasta que tomé el teclado y fui derramando palabras sobre el vacío, hasta que mis manos fueron derritiendo las marcas en donde deberían estar las letras que nos dirigen por caminos conocidos, senderos transitados. Porque fue una urgencia que no había tomado en cuenta.

Hay quienes afirman que escriben para expulsar los monstruos que se avivan dentro de su sangre; que escribir es un acto doloroso, porque lleva consigo un poco de historia, un poco de vida. Yo afirmo que dejar de escribir es en si el dolor mismo; es una costra que se nos lastima con la esquina de un mueble; escribir es la sutura, la aguja sobre la piel que une las heridas que se avivan cuando el terrible blanco de la página se muestra como un monstruo. Porque la tersura de la página en blanco se agiganta como los colmillos del mastodonte. Porque el vacío perfecto existe: no tener nada que decir, que escribir, que sangre derramar, que tormenta sortear. No hay más infame suplicio que no poder hilar, con esta aguja y este hilo, una pequeña historia. Es necesario destrabarlo.

Al escribir, se agiliza mi alma y hoy las palabras salen como de mi mano, como un río de venados; primero una consonante, luego una vocal, y se van aderezando de un ritmo que se me pega como un jazz melancólico, sutil y de años atrás; fino como un saxofón que siente el aire divino de John Coltrane. Porque así es el dolor, como un blues que nubla las retinas y se puede oler en medio de una pista de baile. Y que sube hasta nublar el cielo, porque ahora son palabras grises que luego caen a la blancura de la página que muellemente se une a melodías que no se habían escuchado.

Es verdad que no fue tanto el tiempo que estuve entumido de palabras, pero el constante dolor no dejó de mermar la razón y el olvido. Como una espina de pescado que no logras sacar por más que intentas tragarlo con algo más gordo, con un trago de agua que sabes perfectamente que hará más intenso el dolor, presente y sin fin.

Hoy el miedo fue tan tembloroso que hizo crear cosas inimaginables. Un miedo al vacío, a la página en blanco que se hacía más grande que una pantalla de cine: lejana, oscura. Espero que no vuelva a suceder y apagar pronto esta película de terror.

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Fuente: Internet

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Eliud Velázquez Barba

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