Cualquier estudio de opinión que se haga sobre la percepción ciudadana respecto al sexenio de Enrique Peña Nieto, que termina hoy, está de más: el juicio emitido por los mexicanos el 1 de julio fue devastador. Hay un descrédito personal y político que arrastró a todo lo que estuviera cercano a él, su equipo, su candidato e incluso su partido, el PRI.
Este sábado ya Andrés Manuel López Obrador va a ser el presidente constitucional, que no “presidente legítimo”, como él se proclamó en noviembre de 2006 tras perder la elección contra Felipe Calderón Hinojosa, en un proceso que denunció “asquerosamente” fue fraudulento.
Mañana sábado AMLO será presidente, pero parece que lo es luego del 1 de julio, antes inclusive, ante el aparente anticipado fin del sexenio de Peña que dejó tremendos vacíos que debieron ser llenados, atropelladamente a veces, por el mandatario electo y sus más cercanos, con las consecuencias ya vistas.
Un gobierno, el de Peña Nieto, que inició con grandes expectativas, que parecieron cumplirse al inicio, fue socavado de manera permanente por grandes escándalos de corrupción, dispendios e inseguridad. Acaba en medio de la deshonra, estigmatizado como incapaz, manchado e injuriado, perdida su buena reputación generada al principio a nivel internacional.
Termina el sexenio de Peña Nieto presumiendo los logros macroeconómicos, pero eso parecen nimiedades ante el comportamiento del precio de los combustibles, el desplome del peso frente al dólar y sobretodo los escasos resultados en materia de combate a la pobreza pese a la extraordinaria inversión en los programas sociales.
Que fueron decisiones en materia económica dolorosas pero necesarias, que de no haberlas tomado el impacto hubiera sido mayor, ha sido el argumento esgrimido. Pues vaya que estamos en serios problemas, de ser eso verdad.
Los escándalos de la Casa Blanca e Iguala, aunque de diferente índole, marcaron la senda de un gobierno que no pudo ya nunca enderezar su rumbo, desencadenando con todo esto una serie de episodios que fueron minando la figura presidencial y de todo el sistema.
Las grandes reformas logradas gracias a ese inicio promisorio del régimen peñanietista no dieron los resultados a la vista de los ciudadanos como originalmente se prometió, salvo si acaso la de telecomunicaciones, que sí tuvo su impacto en el bolsillo de los mexicanos.
Es posible que el fracaso de esas reformas no hayan sido el motivo del desprestigio de Peña, sino al contrario, el desprestigio y pérdida de credibilidad de éste hayan acelerado la decepción en aquellas. Finalmente el resultado en ambos casos ahí está.
Habría que buscar algunas cosas rescatables de este sexenio, y podría citarse el que haya sido posible una elección presidencial con resultados creíbles, inatacables y contundentes, en un ambiente si bien crispado no tan violento.
Con los resultados del gobierno priista, el PRI merecía perder, y perdió indiscutiblemente. Millones de ciudadanos no votaron solo porque los convencía la oferta de quien se presentaba por tercera vez como candidato, pero si en contra de lo que ya conocían, aún con todas las dudas que se pudieran tener sobre el funcionamiento de la nueva alternativa. Fue el voto del hartazgo, que en un alto grado es irracional.
Para el nuevo gobierno las cosas no serán fáciles. Las promesas de campaña en un alto porcentaje son fantasía irrealizable, arte de compra de simpatías. No debemos los mexicanos desmoralizarnos tan pronto, y aunque conscientes de la imposibilidad del cumplimiento de las mismas a cabalidad, no escatimar el respaldo cuando estas sean viables.
Hay dudas razonables: de la promesa proselitista de acabar con la corrupción como se barren las escaleras, de arriba hacia abajo, hasta el anuncio del perdón a los corruptos o el llamado punto final.
Hoy los partidos y la sociedad deben ser con este gobierno que inicia mañana tan exigente como lo ha sido con el que se va. Creo que hay más cosas buenas rescatables del sexenio que acaba.
Ahora bien, los que llegan deben saber que no bastan los buenos deseos para tener un gobierno decente y capaz, sino que se requiere la decisión, la inteligencia y el conocimiento para tomar las mejores decisiones.
Ojalá cuenten con esas herramientas y no les tiemble la mano para aplicarlas.