Después de la segunda mitad del siglo XVIII y de su exitosa industrialización tras las guerras napoleónicas, Gran Bretaña aparecerá ante el mundo como la primera nación industrial, pero también como la mayor potencia económica, marítima, comercial y financiera.
Uno de los más lucrativos negocios de Gran Bretaña fue la venta de gente (esclavos negros). Después de tres siglos de prosperidad, la Corona tuvo que retirarse del tráfico de esclavos, y remplazarlo por la venta de drogas. Un nuevo y lucrativo negocio nacía, auspiciado por la corona inglesa.
La reina Victoria miró hacia China. En los buques de la Royal Navy, los misioneros de Cristo acompañaban a los guerreros de la libertad de comercio. Tras de ellos venían los barcos que antes transportaban negros y ahora llevaban opio.
Fueron los ingleses quienes introdujeron el opio a China, en la India sembraban la amapola, y su derivado lo llevaban a China. Cada nuevo fumador de opio era una nueva fuente de dinero y, una vez que empezaba a fumar, no podía parar. El mercado creció.
En 1729, los británicos vendieron 200 cofres llenos de bolas de opio de la India en el puerto de Cantón. En 1767, la cifra llegó a los 1,000 cofres. En 1790, a 4,0000. Los emperadores chinos de la época -Hongli (el emperador Quianlong) y su hijo Yongyang (el emperador Jianquing)- enfurecieron. Estaban enviciando a los chinos, como lo habían hecho con el tabaco.
Esta nueva droga no solo era seductora, sino que también convertía en indolentes e improductivos a sus consumidores. Los edictos de los emperadores chinos en contra del opio fueron cada vez más severos, y culminaron en 1799 con una prohibición completa del producto, una ley que vetaba todas las importaciones de esta sustancia odiosa y deplorable.
Los británicos al no acatar los edictos, pasaron al contrabando. Los historiadores calculan que, a finales de la década de 1830, sobre el 1% de toda la población de China, unos 4 millones de personas, era adicta; en los alrededores de los puertos donde se realizaban el contrabando esa proporción podía llegar al 90%. En 1832, una sexta parte de todo el producto nacional bruto de la India británica procedía del comercio del opio.
Y, entonces, el Gobierno chino decidió detenerlo de una vez por todas. Estaban a punto de empezar las guerras del Opio.
La mecha prendió en 1832, cuando un destacamento militar chino apareció en las afueras del puesto comercial británico en Cantón. El líder chino, hablando en nombre del emperador, exigió que todos los vendedores de opio que se hallaban en el interior entregaran sus cargamentos. Se entregaron miles de cofres de opio, y los chinos los quemaron inmediatamente en una gran hoguera que montaron frente a los británicos.
Herido por ese insulto, el Gobierno de Su Majestad (la reina Victoria había accedido al trono solo dos años antes) mandó tropas y barcos de guerra a Cantón, empezando así la primera de las dos breves guerras del opio.
Las fuerzas británicas modernas y bien equipadas con poderosos barcos de guerra superaron al ejército chino, desfasado y peor armado. El propio opio tuvo un papel destacado: en 1840, un gran número de funcionarios y soldados chinos eran adictos, la mayoría de ellos consumía tanto que no podían luchar.
Cuando las batallas finalizaron, Gran Bretaña recogió el botín. El emperador cedió al gobierno de la reina Victoria el puerto de Hong Kong, además del acceso a otros puertos y mejores condiciones para comerciar. El celeste imperio fue obligado a abrirse.
En la primera etapa de la guerra del opio, el imperio brítanico se apoderó de Hong Kong. El gobernador, Sir John Bowring, declaró: El comercio libre es Jesucristo, y Jesucristo es el comercio libre.
El opio se propagó más allá de China: decenas de miles de culíes que embarcaron hacia América como mano de obra barata para la minería, la agricultura y la construcción de vías férreas se llevaron consigo el opio. Hacia la década de 1880, San Francisco era tristemente famoso por sus veintiséis fumadores de opio.
El opio se hizo más popular entre los marginados, los artistas, los bohemios y los blancos ricos amantes de las emociones. Así nació la subcultura de la droga en Estados Unidos. Después llegó la coca de sudamérica, y últimamente las drogas sintéticas.
Fue en la década de 1920 cuando los chinos introdujeron la amapola a Sinaloa, En Culiacán se sembraba en los jardines de las casas, sus flores y colores son inigualables. La escritora sinaloense, Inés Arredondo, nos relata en sus libros sobre la amapola y Eldorado. Y así llega a Badiraguato, cultivándose en el triángulo dorado. Su auge se da en la Segunda Guerra Mundial, pues no hay guerra sin droga.
El opio es un claro ejemplo de que las élites del poder no son ajenas al contrabando de drogas en China, Inglaterra, ni en América. Nunca lo han sido, ni antes ni ahora.
Para la elaboración de este artículo se consultaron: Eduardo Galeano, Espejos, Ed.Siglo XXI y Thomas Hager, Diez Drogas. Sustancias que cambiaron nuestras vidas, Ed. Crítica.