En la política contemporánea, es común evaluar el desempeño de un presidente o presidenta según sus logros en áreas específicas. Sin embargo, esta visión limitada puede llevar a conclusiones erróneas sobre el verdadero impacto de su liderazgo en el país.
La trampa del crecimiento económico
Un gobernante puede alcanzar un crecimiento económico impresionante, pero ¿qué pasa si este crecimiento solo beneficia a una élite privilegiada? ¿Qué pasa si la desigualdad y la pobreza persisten? En este caso, el éxito económico no se traduce en un mejoramiento significativo de la calidad de vida para la mayoría de los ciudadanos o ¿qué sucede cuándo un movimiento político logra con éxito imponer una visión de modelo económico por mera ideología? Los éxitos en imponer una forma de desarrollo por sesgos políticos poco o nada tiene que ver con el éxito de un país. Una presidenta o presidente puede lograr imponer su visión, pero eso no significa que los ciudadanos puedan conseguir un nivel de desarrollo deseado.
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Para los creadores de “Humanismo mexicano o el neoliberalismo” sus modelos podrían ser super exitosos, pero para la parte de la población que no se beneficia de ellos son un bodrio. Un mandatario neoliberal puede verse satisfecho con un crecimiento del 5%, pero eso no significa nada para una persona atrapada en pobreza extrema; por otro lado, una persona que perdió su empresa o empelo por la aplicación del Humanismo Mexicano podría considerar que ese plan es un fracaso.
La política exterior: ¿una cuestión de imagen?
Un presidente o presidenta puede lograr acuerdos internacionales importantes, pero ¿qué pasa si estos acuerdos no reflejan las necesidades y prioridades de la población? ¿Qué pasa si se sacrifican intereses nacionales para mantener una imagen de líder mundial? La política exterior debe ser más que una cuestión de imagen; debe ser una herramienta para mejorar la vida de los ciudadanos. Desde el poder, se puede impulsar una agenda de confrontación con lideres de otros países que no comulgan con las ideas del jefe de Nación propio; sin embargo, los resultados para la sociedad no son tan satisfactorios. Para nuestra actual presidenta puede ser considerado como un éxito el desaire del Rey de España, pero para quien trabaja en la atracción de inversiones y generación de empleo el “éxito” político de la presidenta puede ser un dolor de cabeza a la hora de alcanzar sus objetivos.
La seguridad: ¿una ilusión?
Un presidente puede mejorar la seguridad nacional, pero ¿qué pasa si la violencia y la inseguridad persisten en las comunidades? ¿Qué pasa si se ignora la raíz de los problemas sociales y económicos que generan la inseguridad? La seguridad no es solo una cuestión de fuerza militar; es una cuestión de justicia social y económica.
La visión limitada de un presidente
La ideología, la experiencia y las prioridades de un presidente pueden limitar su visión y llevar a decisiones que no benefician al país en su conjunto. Es fundamental que existan mecanismos de rendición de cuentas y transparencia para evitar la corrupción y el abuso de poder.
El papel de la oposición y la sociedad civil
La oposición y la sociedad civil son fundamentales para garantizar que el éxito de un presidente no se convierta en una dictadura o una concentración de poder. Es hora de que los ciudadanos exijan participación, transparencia y rendición de cuentas.
Conclusión
El éxito de un presidente no es sinónimo de éxito para un país. Es hora de replantear nuestra forma de evaluar el desempeño de nuestros líderes y priorizar la participación ciudadana, la transparencia y la rendición de cuentas. Solo así podemos garantizar que el progreso beneficie a todos los ciudadanos, no solo a unos pocos.
¿Qué podemos hacer?
– Exigir participación ciudadana en la toma de decisiones.
– Establecer mecanismos de transparencia y rendición de cuentas.
– Fomentar la educación y conciencia cívica.
– Priorizar la justicia social y económica.
¿Usted qué opina, amable lector? ¿Es hora de cambiar la forma en que evaluamos el éxito de un gobierno o nos quedamos como estamos?