Este día los candidatos al gobierno de Sinaloa tendrán la última oportunidad de echar el resto, si es que traen algo más, en aras de mermar al adversario y aumentar sus propias posibilidades. Si lo tienen, no habrá para ellos un mejor momento que el de hoy para aventarlo, cuando todos los reflectores estarán sobre ellos, durante el segundo debate formal organizado por la autoridad electoral.
Y no es cuestión de propuestas. En la historia de los debates, presidenciales y locales, ha quedado en claro que la gente se queda con aquellos detalles, expresiones y posturas que van mucho más allá de las ideas de gobierno.
El electorado espera que se exhiba al adversario, sus debilidades, historias y relaciones que quiere esconder, aquello que de alguna forma no es bien visto por el ciudadano en los políticos.
Que los señalamientos se acompañen a manera de refuerzo con pruebas documentales. Porque las acusaciones podrán parecer verdaderas o creíbles, pero sin sustento se resbalan.
En los oídos de los seguidores ideológica o interesadamente definidos la denuncia contra su candidato se desvanece, por fuerte que sea su contundencia. Pero hay un segmento del electorado aún dispuesto a escuchar y a cambiar.
Lo de quién gane el debate, a reserva que se registre una especie de “descontón” terminante, y aun así, todos se dirán victoriosos. Esa es entendible postura propia para alimentar el estado de ánimo de los ya definidos.
Habrá muchas formas de ver y escuchar el debate entre los candidatos, ya sea en los medios convencionales o alternativos.
Aunque creo que los ojos se van a centrar en lo que digan y hagan los dos aspirantes que se observan como punteros, vale la pena estar muy pendientes de todos, y si bien no esperar grandes propuestas, sí ver cuando menos el carácter y el temple bajo presión de quienes pretenden gobernarnos los próximos seis años.