Hace ocho años en México convertimos el 15 de agosto en un día de fiesta nacional, festejando la medalla de bronce que el pugilista Misael Rodríguez había asegurado avanzando a semifinales en la décima jornada de competencias. Recuerdo que la televisión y sus noticieros inundaron sus tiempos en destacar ese logro, atiborrando con felicitaciones al deportista, como si aquello hubiese sido algo más espectacular que pisar la luna o llegar al planeta Marte.
Si bien es cierto que una medalla, del color que sea, tiene un valor incalculable para el deportista que la obtiene, también debemos ser muy objetivos, más ambiciosos y menos conformistas, porque tal parece ser que como país no crecemos, vivimos estancados y sin capacidad de ser mejores.
Me duele escuchar a los competidores que regresan con las manos vacías cuando dicen que su objetivo era romper su propia marca personal o terminar entre los 10 primeros. Es decir, que su mentalidad está más enfocada en esa meta, y que si por suerte les toca subir al podio ya es ganancia, cuando quienes seguimos su desempeño en esa fiesta cuatrienal cruzamos los dedos para que lleguen a la cima y nos otorguen la satisfacción de verlos con una presea en el pecho.
La hazaña de Misael inundó además las redes sociales y echamos las campanas al vuelo, olvidándonos por el momento que históricamente somos un país de no más de 9 medallas y a veces de ninguna, en cada asistencia a Juegos Olímpicos.
Durante cuatro días veía el nombre del boxeador chihuahuense hasta en la sopa. Cuatro días más tarde, nos olvidamos de él para vitorear a María Guadalupe González por su medalla de plata en la marcha femenil de 20 kilómetros, convirtiéndose en la primera mexicana en ganar una presea en esa disciplina.
Posterior a eso llegó una de plata más y dos de bronce, entre ellas la de María del Rosario Espinoza, que en su tercera asistencia a JO pasaba a patentar su nombre como la única –o el único- deportista azteca en ganar medallas en tres olimpiadas consecutivas.
Fue la sinaloense la última en darle a México una medalla de Oro de manera individual –en Pekín, 2008- porque en 2012 se ganó una medalla dorada en futbol, a la postre la última que ha llegado al país.
Con Alejandra Valencia, Ana Paula Vázquez y Angela Ruiz, ya se repitió la historia aquella que empezó con Misael Rodríguez, esperando que pueda cumplirse completa o más nutritiva, para que no quede registrada como la más pobre después de Atlanta 1996 se ganó SOLO UN BRONCE, sin contar dos más lejanas como las de Francia 1924 y Amsterdam 1928 donde se acudió para realizar un papel de espectadores, ya que han sido las únicas donde en blanco.
Aquí festejamos un bronce echando la casa por la ventana, mientras que los países más desarrollados se disputan el comando y máximo de medallas, como Japón, China, Estados Unidos, etc..
Ojalá que nuestros nietos, bisnietos o tataranietos tengan la suerte de ser testigos de mejores resultados. Pero para eso se necesitan combinar muchas cosas: la principal, más apoyo a los deportistas.
Mientras tanto, vamos a seguir disfrutando de lo que poco que ganamos, que para nosotros ya es mucho.