Suena la música. dulce, armoniosa, repetitiva, sencilla, constate. El cilindrero gira su caja de solfeo. Las notas envuelven la plaza; los paseantes endulzan el oído dejándose llevar por la melodía; algunos depositan unas cuantas monedas a sus pies. La indiferencia es ajena al maestro en el arte de envolver. Nadie escapa de la hipnosis del cilindro, El organillo ha visto pasar sus mejores días, pero aún tiene unas cuantas presentaciones por ofrecer y monedas que arrebatar.
Los monos entrenados son parte del escenario van, vienen y trepan por la vieja caja de música, recogen las monedas. Algunos changos pelan los dientes, pero regresan sumisos al llamado de su amo. Juntos forman una gran familia feliz. El artista callejero y el grupo de macacos han vivido por muchos años del mismo acto; las funciones fueron adaptadas al público, la plaza y la época; sin embargo, el espíritu del show sigue siendo el mismo: eventualmente los changuitos se van renovando, unos mueren, otros se sacrifican, escapan, los vende y hasta los renta para presentaciones especiales… Monos diferentes, mismo cilindrero.
El dueño del cilindro posa con sus pequeños micos, los acomoda alrededor suyo. Un silbido sordo es la única señal que necesitan los primates para agruparse. Los de mayor afecto ocupan la posición de cercanía, el resto se acomoda según su importancia. Todos sonríen.
El público captura con sus cámaras el momento; aplauden la escena, se dejan envolver por la atmosfera de la unidad perfecta; llevan a sus casas el recuerdo del colorido grupo – el truco apenas comienza-. El cilindrero reparte la mejor fotografía entre la concurrencia: mercadea las imágenes de sus fieles simios. Cuando el chango de moda deja de ser rentable simplemente cambia el retrato. Su lugar es ocupado por el macaco, que en ese momento, parezca más simpático a los transeúntes del día.
Los cuadrumanos son variados, según sea la necesidad, el cilindrero incorpora especies diferentes en su performance. Un orangután barrigón, algún mandril cola pelada, muchos monos aulladores, algún pícaro chimpancé y hasta un gorila forman parte del repertorio del artista. Todos sin excepción son fieles al del cilindro. Ocasionalmente alguno es concesionado a otro músico callejero. Los simios entienden su papel, aceptan la sumisión: el cariño de su protector lo vale.
Ser tomados en cuenta para esas fotografías se convierte en su mayor recompensa; una foto en compañía del amo los convierte en líderes de la manada. Por otro lado, el animal que es expulsado del cuadro pierde el lugar entre los suyos, queda condenado a pasar hambres, abusos de otros changos y el exilio en zoológicos de retiro.
Los muchos años de girar la manija otorgan al cilindrero un sentido especial para comprender el ambiente de la plaza. Entiende cuándo acelerar la melodía o cuando detener la música. Su retiro esta cerca, pero aún así, todavía es un atractivo entre los paseantes. Los monos lo van a extrañar, nadie los ha cuidado como él, su mundo será diferente; más temprano que tarde llegará un nuevo amo al cuál obedecer.
El mayor truco del cilindrero es engañar a los monos creyendo que ellos son los dueños de la plaza. Mientras los monos bailan, el cilindro sigue tocando…