Heraclio Bernal, conocido como el “Rayo de Sinaloa”, es un personaje de corridos y narraciones populares. Para algunos fue un bandido y para otros un precursor de la Revolución Mexicana.
El bandidaje es un fenómeno abundante en la historiografía decimonónica, sin embargo, la gran mayoría de la literatura se refiere al bandidaje de manera superficial, citándola a manera de detalle curioso.
La obra más notable es la novela de Manuel Payno (1810‑1894), Los Bandidos del Río Frío, escrita entre 1889 y 1891. También Ignacio Manuel Altamirano (1834‑1893), contribuye al rescate de esta temática con su novela, El Zarco: Episodios de la Vida Mexicana en 1861‑1863, la que empieza a escribir en el año de 1886 y es publicada en 1896.
Al bandolerismo se le ha buscado una explicación desde la óptica socio‑histórica, es decir, como consecuencia de la violencia económica, política y militar que afectó particularmente a la población pobre de las comunidades rurales.
Hechos como la Guerra de Reforma, la Intervención Francesa, el despojo de que fueron objeto los pueblos indígenas con la aplicación de las leyes de desamortización; así como la sangrienta represión a la que fueron sometidos por la dictadura porfirista, comienzan a ser considerados para la explicación del bandolerismo.
El bandolerismo social, afirma Eric J. Hobsbawm en su obra Bandidos, es un fenómeno universal y que permanece virtualmente igual a si mismo, es poco más que una respuesta endémica del campesino contra la opresión y la pobreza: un grito de venganza contra el rico y los opresores, un sueño confuso de poner algún coto a sus arbitrariedades, un enderezar entuertos individuales. Sus ambiciones son pocas: quiere un mando tradicional en el que los hombres reciban un trato de justicia.
El modelo de Hobsbawn es muy sugerente, pues nos permite un modelo de interpretación, que va más allá de las explicaciones tradicionales que consisten básicamente, en considerar ciertas manifestaciones de lucha campesina, como vulgares acciones de bandidos, negándoles todo sentido de reivindicación social. Particularmente, a aquellos levantamientos que surgieron a mediados del siglo XIX, y que de alguna manera se enfrentaron al proyecto de nación iniciado por la corriente liberal.
Heraclio Bernal nació en los últimos meses del gobierno de Santa Anna (1855), en un pueblo llamado El Chaco, del municipio de San Ignacio. Era el cuarto hijo de una familia pobre. Sus primeros altercados con la justicia ocurrieron en Guadalupe de los Reyes, centro minero en donde trabajaba como peón en el lavado del mineral argentífero. Fue acusado, acaso indebidamente, del robo de unas barras de plata y arrestado por disposición del prefecto local. Se fugó; pero alcanzado y aprehendido en un pueblito cercano, lo enviaron a Mazatlán donde permaneció encarcelado.
Tenía un mes en la cárcel cuando estalló el movimiento de Tuxtepec; los porfiristas se lanzan contra Lerdo de Tejada. Francisco Cañedo sitia la casa del Gobernador Jesús M. Gaxiola y éste, creyéndose perdido, entrega el poder. Lerdo hace lo mismo en México y huye a los E.U.; no tarda mucho en seguirlo José María Iglesias y Porfirio Díaz queda dueño de la situación. En Mazatlán, después de una serie de escaramuzas político‑militar, queda dueño de la plaza el general Jesús Ramírez Terrón.
Heraclio es un “bandido” local, perfectamente bien arraigado en su sector; no va a ejercer destrozos en el territorio ocupado por el enemigo. Sus enemigos son las autoridades locales que representan el poder legal del país, y puede decirse que contra ellas cuenta con la solidaridad efectiva de la población local. En caso contrario nunca habría sobrevivido ocho años a la delación, tan frecuente en México. Por este nuevo rasgo no aparece ya como un personaje arcaico, sino como un precursor.
La larga vida delincuente de Heraclio Bernal, perseguido por fuerzas considerables, es quizá una de las primeras manifestaciones ‑indirectas‑ de una oscura conciencia de clase en la que los mineros y campesinos de Sinaloa y Durango se sentían más próximos al bandolerismo que identificados con el orden propiciado por las autoridades que los gobernaban.
Todos los hermanos de Heraclio formaron parte de la banda, también sus tíos Zazueta, de larga historia aventurera, pero no se puede pensar en una estructura puramente familiar frente a listas de indultos de más de cien hombres.
El segundo plan político firmado por Heraclio Bernal fue conocido después del asalto a Puerta San Marcos. El contenido político de este plan es muy superior al de La Rastra, incluso al proclamado en 1879 por Ramírez Terrón.
Uno de los puntos de dicho plan sigue teniendo vigencia en la actualidad, y es el que se refiere a las elecciones:
“10 Fracc. III: Libertad de sufragio bajo la base de la no intervención de la autoridad en los comicios electorales. Conitaca, enero de 1887”.
Hay en el Congreso del Estado de Sinaloa una Iniciativa de Ley presentada por varios ciudadanos que proponen se escriba en letras doradas en el muro de honor del Congreso, el nombre de Heraclio Bernal.