Uno de los más lucrativos negocios de Gran Bretaña fue la venta de personas (esclavos negros). Después de tres siglos de prosperidad, la Corona tuvo que retirarse del tráfico de esclavos, y fue remplazarlo por la venta de drogas. Un nuevo y lucrativo negocio nacía, auspiciado por la corona inglesa.
Fue el británico, John Locke, quien dio fundamento filosófico a la libertad humana en todas sus variantes: la libertad de empresa, la libertad de comercio, la libertad de competencia, la libertad de contratación. Mientras escribía su Ensayo sobre el entendimiento humano, el filósofo contribuyó al entendimiento humano invirtiendo sus ahorros en la compra de un paquete de acciones de la Royal Africa Company. Esta empresa se ocupaba en atrapar esclavos en África para venderlos en América.
Pero Gran Bretaña, con su reina Victoria, cambió la esclavitud por una nueva mercancía: el opio.
La reina Victoria miró hacia China. En los buques de la Royal Navy, los misioneros de Cristo acompañaban a los guerreros de la libertad de comercio. Tras de ellos venían los barcos que antes transportaban esclavos negros y ahora llevaban opio.
A inicio del siglo XIX china era una economía poderosa, controlando el comercio con occidente. Europa quería sus sedas, especias y porcelanas. China no necesitaba nada de Europa. Inglaterra empieza a vender opio.
Fueron los ingleses quienes introdujeron el opio a China, en la India sembraban la amapola, y su derivado lo llevaban a China. Cada nuevo fumador de opio era nueva fuente de dinero y, una vez que empezaba a fumar, no podían parar. El mercado creció y creció.
La adicción se extendió y la dinastía Qing intentó detenerlo.
En 1839, Lin Xezu, importante funcionario del imperial ordenó destruir toneladas de opio en Cantón, Reino Unido respondió con su tropa y en 1842 tras derrotar a China impuso el tratado de Nankin cediéndole el puerto de Hong Kong, y abriendo los puertos chinos al comercio forzado.
Hoy en la actualidad, Lin Xezu es considerado un héroe nacional de la China moderna por su oposición al tráfico de opio hacia su país.
En 1856 el conflicto estalló de nuevo, Francia y Reino Unido atacaron tras un incidente con un barco chino.
En 1860 las tropas extranjeras llegaron hasta Pekin obligando a China a firmar otro tratado cediendo más territorio y legalizando el comercio del opio. El gobernador, Sir John Bowring, declaró: El comercio libre es Jesucristo, y Jesucristo es el comercio libre.
Las guerras del opio debilitaron al imperio chino generando descontento y dejando a la dinastía Qing vulnerables.
A medida que el Estado Chino se iba derrumbando, y las hambrunas y la anarquía se apoderaron de grandes zonas del imperio, la mayoría de su gente se aficionó al opio.
El opio se propagó más allá de China: decenas de miles de culíes se embarcaron hacia América como mano de obra barata para la minería, la agricultura y la construcción de vías férreas y se llevaron consigo el opio. Hacia la década de 1880, San Francisco era tristemente famoso por sus veintiséis fumadores de opio.
El opio se hizo más popular entre los marginados, los artistas, los bohemios y los blancos ricos amantes de las emociones. Así nació la subcultura de la droga en Estados Unidos. Después llegó la coca de Sudamérica, y últimamente las drogas sintéticas.
El opio es un claro ejemplo de que las élites del poder no fueron ajenas al contrabando de drogas en China, Inglaterra, ni en América. Nunca lo han sido, ni antes, ni ahora.