Una vez más nos vendieron atole con el dedo. La famosa trilogía entre Saúl Alvarez y Gennady Golovkin resultó el fraude más grande que mis ojos hayan visto en el boxeo profesional. Y ahora no fue porque el “Canelo” ganó sin merecerlo, sino porque lo que muchos consideraban que sería una espectacular pelea, resultó un evento circense más caro y menos atractivo que el de los Hermanos Fuentes Gasca.
Nadie de nosotros necesitaba ser adivino para vaticinar un triunfo del tapatío. Pero lo que sí pensamos muchos es que con los 40 abriles que el ruso cargaba sobre sus espaldas y cuatro años después de un resultado adverso por las mismas artimañas, era imposible salir con el brazo en alto.
Las opiniones son generalizadas: aquello fue un sparreo (acción de dos boxeadores entrenando en el gimnasio) y al mismo tiempo un somnífero que nos provocó bostezos. Nos resistimos a que hiciera efecto y nos durmiéramos, porque queríamos ver si existía algún otro “arreglo” sobre el final de tanta payasada que generaron durante los 36 minutos más largos y tediosos que jamás hayamos visto.
El Golovkin que vimos no era el que todos conocíamos. Sus limitaciones en movimientos, defensa y para soltar golpes lo hicieron ver como un boxeador que venía del retiro, sin estrategia y mucho menos hambre. Era la gran –y última- oportunidad que el kazajo tenía para demostrarle al mundo que en las dos anteriores confrontaciones fue víctima de los jueces.
Pero con sus 40 años, sin ambición y un plan de pelea, nos enseñó que esa noche subía al cuadrilátero por su afore y por una gran indemnización.
Nunca soltó golpes poderosos ni su mano derecha. Trabajó solo su jab de izquierda y caminaba lento sobre el ring por obvias razones. Sus amenazas de que noquearía al mexicano solo quedaron en amenazas, porque ninguno de sus disparos hizo efectos, solo aquel cabezazo accidental.
Con todo respeto, pero desde que aceptó ese tercer combate el triple “G” vendió su dignidad, porque se prestó al juego de Alvarez que necesitaba subirse de nuevo al camión de las victorias, después de aquella felpa que le dio el Dmitri Bivol. Las razones fueron 20 millones de dólares, cantidad que tal vez nunca en su carrera los había ganado, pero que le aseguraban una estabilidad económica tanto a él como a sus futuros descendientes.
Gennady traicionó a la gente que creía en él y que le reconocieron desenvolverse con un estilo mexicano desde que apareció en escena para encumbrarse como uno de los más grandes guerreros del tinglado en la historia.
Sería una locura y arriesgado para él continuar en este oficio después de lo que nos enseñó el sábado en Las Vegas. Y cuando parecía que este hombre se iría por la puerta de atrás, en una sola batalla tomó las llaves de la puerta trasera. Su carrera ha culminado ya. Ojalá que no se deje llevar por la ambición ahora que, según dicen, puede ser “un buen rival” para Jaime Munguía.
CANELO. Pero si GGG decepcionó, la aberrante actuación de Saúl Alvarez la calificaría peor. Con menos edad y toda la maquinaria a su favor, el mexicano no hizo gran cosa como para cerrar el libro de estas batallas con una victoria por la vía rápida. Algo raro había también en su estilo y no creo que haya sido lo que al final argumentó: que tenía problemas en una mano.
De haber sido cierto, no pelea o no trata de engañar a miles de aficionados que pagaron un boleto por verlo en todo su esplendor. Al no concretar un triunfo por knocaut, enseñó también carencias. Alvarez no debe proclamarse el mejor libra por libra cuando no fue capaz de vencer a un “viejito”. Y júrenlo ustedes que después de tan ridícula actuación, le pondrá tres candados a la puerta para evitar que lleguen y le toquen un David Benavidez, un Bivol en revancha o un “Zurdo” Ramírez. A ellos seguramente ya los eliminó de su lista, por no decir que de su colección.
