Aunque los recuerdos datan de mi edad precoz, los hechos por referir, se quedaron por siempre en mi memoria; Olvidar ese episodio existencial, me ha sido difícil. Recordarlo, es obligado.
Y es que el impacto que aquel suceso generó en mi entonces débil y pobre intelecto, no es para menos.
Era yo, casi un niño, y mi visión del mundo estaba muy reducida, ya que mi universo se circunscribía al pueblito de Capomos, en el municipio de Angostura, lugar donde vi la luz primera.
En aquellos días, mi viaje más largo había sido a la ciudad de Guamúchil, de ahí mi pobre concepción respecto a los sabores y sinsabores que merodeaban entonces, en éste mundo terrenal.
Carecía pues, de la necesaria malicia, para entender muchas situaciones y retos que nos impone la vida, así como el enorme universo de cosas y conceptos por conocer y aprender.
DEL MONTE Y EL RIO, AL MAR Y SUS OLAS
Y así, en esas humildes condiciones, fue que arribe un día, al pueblo aquel, habitado por gentes de mucha nobleza y bondad en su mente y corazón.
Era un pueblo con mar, y el concierto nos lo ofrecía un viento suave que arrastraba un interesante olor a brisa marina y palmeras.
San José del Cabo, en el entonces territorio de Baja California Sur, fue el pueblo aquel, cuyo suelo blanquecino y arenoso pude pisar aquella lejana y hermosa tarde de un verano que no se quiere ir.
Atrás, en mi tierra, se habían quedado a esperar mi regreso los grandes montes conformados en su mayoría por mezquites, nanchis, gatos, güinolos, cacaraguas, huizaches y álamos.
En mi nuevo pueblo, tendría a cambio amplias playas de blanca arena y la delicia de torear y pisar la espuma de las olas en su infinito vaivén.
Pero extrañaría, sin duda las mañanas de mi rancho, con los vuelos y el alboroto infaltable de los chanates, los chicoy, chirrillos, grajos y cenzontles; en cambio, en mi nuevo mundo, aparecerían las calandrias, las gaviotas y los pelícanos.
Los corrales con los mugidos, relinchos y el clásico rebuznar de los burros, fueron pausados con un click en mi mente y corazón, tras el cambio de residencia.
Había pues, una gran diferencia entre Capomos Angostura, mi pueblito de origen, y la entonces pequeña y señorial población de San José del Cabo, Baja California Sur, hasta donde había yo arribado.. Ambos, claro, con su particular belleza muy particular.
Recuerdo, que la bienvenida de la que sería mi nueva familia, fue de regocijo y curiosidad por conocerme y saber detalles de mi personita. Todos querían saber algo de aquel niño-adolecente- con cara de espantado que había llegado desde un pueblo lejano.
En ese hogar se me enseñaron e impusieron diversas reglas sociales, morales y religiosas, si no las aprendí, asimilé ni aplique, es harina de otro costal.
Por cierto, las disciplinas que mayor impacto generaron en mi personalidad, fueron dos ordenamientos a cumplir cabalmente.
Ayudar en los quehaceres de la casa- barrer, sacudir y lavar los trastos de la cocina-, y la otra actividad, consistía en la obligación de acudir de manera ineludible a la misa matutina del domingo de cada semana.
LA POLÉMICA Y TRAUMATICA MISA DE AQUEL DOMINGO
Y ocurrió, precisamente, que un domingo, cuya fecha por ésta ocasión no recuerdo, pero fiel al deber religioso inculcado, me hice presente buscando un acomodo en las bancas de la céntrica parroquia del pueblo.
Nunca imaginé que esa fresca mañana, sería yo acusado públicamente de haber mentido y ridiculizado al propio sacerdote oficiante, y además expulsado del recinto sagrado.
Algunas señoras santurronas, no vacilaron en asegurar que había cometido una grave falta de respeto no solo al cura, sino al mismísimo Jesús Sacramentado… De mentiroso, y desleal a Dios, fui acusado.
¿Pero, cuál fue el gran pecado cometido aquel lejano día, para haber sido señalado de DESLEAL, TRAIDOR e IRRESPETUOSO al juramento de mi fe católica?.
MI RESPUESTA; El problema se generó el citado día domingo, en que, literal, de manera religiosa, salí, con un grupo de chamacos a la consabida misa.
Lo curioso del hecho fue que, sin que nadie lo percibiera, al contingente católico se había sumado un tercer adepto; Se trataba de “EL CANCÁN”, nombre que se le había impuesto al pequeño, inquieto, bravo y juguetón perro de mi nueva casa.
Tras la caminata, llegamos al patio de la parroquia, y entramos en busca de acomodo consabido, el cual de manera personal logré al lado de un grupo de amigos que se habían instalado anticipadamente en las filas centrales.
Y la misa inició, con los cánticos y frases religiosas propias de los protocolos eclesiásticos.
Todo hubiera transcurrido en santa paz, de no haber sido por la imprudencia del “CANCAN”, mismo que se había rezagado en las afueras del templo, pero que finalmente había decidido entrar a buscar a su amo.
Con la pureza de su irracional alma, y sin saber que estaba en un lugar sagrado, el perro cruzó majestuoso por el pasillo central, hasta llegar al templo de la iglesia, donde el amoroso, pero quisquilloso cura dictaba su sermón.
Y Curioso como siempre había sido, el perrito observó al prelado, y quiso averiguar tal vez, lo que el hombre aquel podría esconder bajo el enorme vestuario que caía de su espalda hasta sus pies.
Se metió y se enredó el CANCAN en la sotana del cura, generando en éste una iracunda y natural reacción de rechazo.
El hijo de Dios, tras un breve y divertido pataleo, logró deshacerse del animal, desenredándolo de su santo vestuario.
Tras el forcejeo con el sacerdote, lógico era que el CANCAN se habría de irritar, por lo que tras lo que consideró una agresión, gruñó y mostró al sacerdote sus afilados dientecillos, y peor aún, alzando su patita izquierda, en la clásica rutina urinaria de la raza canina, depositó sus tibios orines en el pedestal del micrófono instalado en el atrio.
Sobra decir, que el cura, enojado tras las risas que sus fieles no podían ocultar, gritaba y reclamaba con urgencia la presencia del dueño del perro.
En silencio, la plebada me miraba con evidente señal acusatoria, esperando que reclamara yo la propiedad del animal.
¿Es tuyo el perro?, me preguntó iracundo el sacerdote… ¿Es tuyo el perro?, me volvió a gritar.
La vergüenza me embargaba, máxime que varias amigas de la Escuela me miraban y susurraban algo entre risas burlonas… “No padre, ese perro no es mío”, me atreví a responder.
“Sacrílego…pecador…Mentiroso, sal de inmediato y llévate ese animal de aquí”, me gritó entonces el cura, cuando vio que mansamente el CANCAN había llegado hasta mis piernas, moviendo amistosamente su cola y echándose tiernamente ante mis pies.
“Le mentiste al sacerdote, traicionaste tu fe cristiana…fallaste a tu palabra… y traicionaste a Dios padre, me dijeron entre otras cosas algunos feligreses. Yo pensaba y murmuraba para mis adentros… Y todo por culpa del CANCAN.
¿LAS TRAICIONES A CUEN SERÁN MERAS COINCIDENCIAS?
Tras la exposición de la anécdota, tengo que aceptar que algo de similitud y coincidencias encuentro entre ésta y los hechos recientes que han ocurrido en torno al Partido Sinaloense.
Varios personajes de la vida política local, que a Héctor Melesio Cuén Ojeda le habían jurado afecto solidario, lealtad y gratitud por los beneficios recibidos, así como respeto a la doctrina, y amor a las siglas partidistas.
Se olvidaron de todo, y de la noche a la mañana, solo le dicen adiós a quien les dio las alas con que vuelan.
“EL CANCAN”, pese a que fue injuriado e ignorado, nunca olvidó ni renegó de su amo; Un gran ejemplo, del animal para el humano.
… El resto, sería otra historia… Nos vemos enseguidita.