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Andanzas, sandungas y amoríos

Nos dice Mariliana Montaner que un día de agosto de 2005, fue a visitar a Andrés Henestrosa, por encargo de Juan Alcázar, con el fin de...

José Antonio Ríos Rojo
Maestro Universitario y político. Amante de la lectura y titular de la columna Análisis y Reflexión. | Maestro Universitario y político. Amante de la lectura y titular de la columna Análisis y Reflexión.

Nos dice Mariliana Montaner que un día de agosto de 2005, fue a visitar a Andrés Henestrosa, por encargo de Juan Alcázar, con el fin de platicar sobre Rufino Tamayo. De esas pláticas nace el libro Andanzas, sandungas y amoríos, del cual extraje una parte para beneplácito de quien quiera leer este pequeño artículo, y saber un poco sobre la vida del escritor zapoteco, Andrés Henestrosa.

“Yo hablo el huave y el zapoteco. El Huave lo aprendí del pecho derecho de mi madre, del izquierdo el zapoteco. Después de otros pechos aprendí numerosas lenguas.”

En la capital conocí a Rufino Tamayo quien llegó de Oaxaca y trabajó en la merced, atendiendo un puesto de frutas. Hay un cuadrito de él que marca las seis de la mañana, hora en que el comercio abría.  Yo sabía viejas canciones del pueblo, que había aprendido en 1910 cuando yo tenía cuatro años, y esa fue mi coincidencia con Tamayo, que cantaba y tocaba muy bien la guitarra a la manera antigua. Era él un gran bailarín, muy enamorado, tenía mucha suerte con las señoras. Tuvo grandes amantes: mujeres famosas fueron sus queridas.

“La mujer simbolizada en la manzana es el único pan. Despojar a la manzana de su condición maldita y convertir su consumo en placer es un regalo indefinible.”

No tuvo la vida para mi secretos. Era yo muy travieso, Espiaba y husmeaba por todos lados, que si los enamorados se veían en las esquinas, que si ponían las gallinas, veía yo nacer a los becerros, caminaba por la vida al aire libre.

Sabía yo qué era una mujer, porque tuve dos hermanas de iglesia. Eva y Emperatriz, su mamá vendía pan a las cinco de la tarde en el pueblo. Ellas me llamaban a su casa, éramos vecinos, once años tenía yo. Se desnudaban en el petate y jugábamos los tres.

“Soy el idioma que hablo, porque mientras construyo la lengua, también me voy haciendo yo.”

Yo era muy travieso. Un día, a mediodía, salí del trabajo a vagar en la exuberancia de aromas, árboles, flores; husmeaba en las casas olorosas a chocolate que en ellas se molía y me metí a la Iglesia de Juchitán. Vi que en un rincón oscuro estaban el padre y doña Conchita, la esposa de un notable y se amaban. Hay una enfermedad que en zapoteco se llama dxibi guixa, quiere decir dxibi miedo y guixa, tonto, es como un miedo, una emoción, la padecen los niños que ven una relación entre hombre y mujer. Yo no la tuve porque desde niño sabía que eso era muy natural.

“Después de tanto leer, resulté ser muy culto; de malhablado y lépero, resulté escritor. Y ahora resulta que he embaucado a tanta gente, que tengo fama, gloria,, aplausos y premios.”

Pablo Neruda llegó a México en el año de 1940. Le gustaban mucho las fiestas. Era un hombre feo que lo disimulaba vistiéndose de coronel, de cobrador de camiones, se ponía una gorrita.

Fui amigo de los comunistas, de la Unión Soviética, pero nunca fue del Partido. Neruda se hizo comunista en 1945.

Pablo era muy divertido. Un día hicimos una fiesta con muchos amigos, se fueron todos y al amanecer quedábamos Vasconcelos, él y yo, era insaciable. Era como un niño grandote. Un día me preguntó: tú, Andrés, cuando te emborrachas ¿te caes de la cama? Le dije no. Yo amanezco en el suelo, me dijo.

A Neruda le gustaban mucho las mujeres, tenía amores, era enamoradizo, les escribía cartas y versos de amor, pero no ejercía, era solo un aprendiz, un aficionado que nunca llegó a profesional. Yo, casi, casi.

Fuente: Internet

Fotografía de perfil de José A.Ríos Rojo

José A.Ríos Rojo

Columnista

José A.Ríos Rojo

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