Durante la semana pasada el fallido candidato a la Presidencia de la República por el PAN, Ricardo Anaya, publicó una serie de videos en donde, según él, devela las inconsistencias de la Fiscalía General de la República en el caso armado en su contra, sin embargo, para su mala fortuna, han tenido poco impacto en la sociedad mexicana. Anaya está cosechando lo que sembró en su camino. Ni siquiera el PAN articuló una defensa mediática coherente. Está solo.
En sus videos, el queretano, acompañado de montañas de cajas y documentos, esboza puntualmente las inconsistencias en la narrativa de la FGR para consignarlo ante un juez. Poco a poco explica con fechas y documentos en mano, las fallas garrafales de la Fiscalía.
En cualquier otro momento y con cualquier otro personaje, esas ineptidudes de la Fiscalía serían un motivo de escándalo nacional; para desgracia de Anaya, todo está quedando en una anécdota. Nada que haga girar la opinión pública a su favor. Los mexicanos están muy lejos de organizar turbas iracundas en contra de las autoridades para defender su causa.
Ricardo Anaya es un robot, pero no uno de los robots simpáticos de las películas. No es, ni por mucho, uno de los simpáticos robotitos tipo Wall-E, R2D2 (Arturito) o de perdida un puntilloso, pero tolerable personaje como C3PO (Citripio). No. Anaya no es de esos robots, el exdirigente panista se asemeja más a los odiosos seres electrónicos odiados en las películas y novelas. Es un HAL 900 (2001 Odisea en el espacio). Es un androide de los que participan en la saga de Alien. Es un ser programado para satisfacer su curiosidad egoísta e imponer sus mandatos lógicos sobre cualquier resabio de empatía humana.
Por otro lado, la Fiscalía es una entidad del mal. Tiene de autónoma lo que tiene un astronauta fuera de una nave especial – puede vivir algunas horas con oxígeno propio, pero tarde o temprano tendrá que regresar a la nave a seguir cumpliendo las órdenes de su capitán-. La FGR tampoco es muy valorada entre los ciudadanos. Es horrorosa.
Anaya no está equivocado cuando asegura sistemáticamente (como el robot malvado que es) que es la “Fiscalía de López Obrador”. No hay tal autonomía. La FGR es un organismo que vive para servir al Presidente. Es evidente que la institución encargada de impartir justicia, se dobla ante cualquier designio presidencial; ejemplos hay muchos: el uso de dinero incautado para comprar boletos de la no rifa del avión presidencial (cheque que después fue regresado por falta de fondos); publicación de expedientes a contentillo de Palacio Nacional y hasta investigaciones iniciadas sin fundamentos sólo por instrucciones giradas desde la mañanera.
En la pelea de Anaya contra la FGR no hay ganadores. Sólo un par de perdedores luchando en el fango para demostrar quién es más marrano que el otro. El circo armado de la justica en México es un cochinero por todos lados. Lo que prevalece es la venganza y la falta de resultados por la lucha contra la impunidad emprendida por la 4T.
Por su parte, Ricardo Anaya tiene lleno de esqueletos su closet. Durante algunos años apostó su carrera política a granjearse los amores de Peña Nieto. Lo consiguió. Pensó que desde Los Pinos podría conseguir la Presidencia de la República. No le importó pisar a los aliados del PAN o borrarlos del mapa. Todo eso no lo consiguió solo. Tuvo ayuda. Las pruebas en contra del panista son ridículas. Es un cuento con malos escritores, pero la credibilidad de Anaya, microscópica; al final, creyó que los androides son más listos que sus creadores. No fue así. Tuvo la misma suerte que sus pares de las películas. Terminaron siendo destruidos por aquellos sobre los que se sentía superior.
¿O usted qué opina amable lector? ¿Anaya chapotea en su cochinero o es víctima inocente de injurias malsanas?