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1959

Estoy pensado en el número uno y en su forma. Delgado, callado y muy lánguido para ser siempre el primero de la lista de números que...

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Estoy pensado en el número uno y en su forma. Delgado, callado y muy lánguido para ser siempre el primero de la lista de números que solemos nombrar y que nos invita a ocuparlo descaradamente; como si eso nos augurara el éxito y las dádivas que trae consigo la vida: ser el número uno. Después el nueve se aparece como un fantasma que no da miedo porque sé que se encarga de cerrar las ofertas. El cinco ha dejado abierta una interrogación en mi mente ¿Qué se necesita para ser un número? Y por último el nueve, de nuevo, logra que mi mente divague sobre su fantasmagórica vida. Forman todos, para la desgracia y para la historia, el mil novecientos cincuenta y nueve.

Hoy amanecí con la historia entre las manos. Por un lado, un libro que habla sobre la vida de Ernesto Guevara de la Serna, surgió de pronto del stand de mis libros que llevan casi 10 años sin abrirse. Sin quitarles el polvo, sin mínimamente manosearlos. Siento que alguien lo movió de manera intencional. Alguna mano bienhechora le tocó las membranas para que la sabia de sus adentros lo hiciera brillar entre los demás libros. Lo tomé y lo llevé a donde suelo leer todo aquello creo necesitar.

Por otra, he vuelvo a escuchar el disco de vinyl donde el Rock and Roll apenas surgía como una rama fresca. Me sentí conmovido por tanta dulzura contenida en un incipiente Rock and Roll, que más que rebeldía, parecía destilar coquetería. Pero así tenía que ser: mediático, vendible, bailable y “fresa”. Así tenía que ser para que hoy disfrutáramos de cosas increíbles.

Y vuelvo a pensar en el año de 1959; y se me hace un número sucio, que le falta algo para cerrar su redondez hasta el 1960. Porque si, son 60 los años que encierran dos sucesos que parecen nada: un 1 de enero se consumaba en Cuba la guerrilla que instauraba el inicio del derrocamiento del dictador Fulgencio Batista y convertía a Fidel Castro y al “Che” Guevara en una dupla que hacía subir el miedo por las pantorrillas, si se permite la expresión, a cualquier portero que se los encontrara en una cancha de futbol.

En el extremo, el 3 de febrero, hacía estallar en llanto a los Estados Unidos. La avioneta que transportaba a Buddy Holly, Big Popper y Ritchie Valens, tres exponentes del Rock and Roll, se estrellaría en un campo de maíz trayendo la desgracia. Como si la tierra, que hace crecer las mazorcas, solicitara a gritos un poco de muerte. Ese día sería recordado 12 años después como El día que murió la música: The day the music died se tarareó hoy en el mundo.

Y yo con todos estoy pasajes, vuelvo a pensar en el mil novecientos cincuenta y nueve. Pero alguien ha dicho que nuestro vecino, que cumple 60 años el día de mañana, quiere festejar con banda.

Cerré el libro y apagué el disco.

 

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Fuente: Internet

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Eliud Velázquez Barba

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