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El cementerio de los olvidados

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Redacción.- Fosas comunes sin registro de los entierros, tumbas que nadie visita; en los panteones de la frontera norte el Día de Muertos es sólo uno más Ni siquiera muertos descansan en paz
Ni con la muerte les llega el descanso. En esta frontera los muertos
desconocidos y sin identificar no tienen un lugar dónde reposar. No hay
para ellos una fosa común y su última morada es, en el mejor de los
casos, cualquier pasillo del panteón al que son arrojados a un agujero
que será tapado y del que no quedará registro. Por eso no descansan,
nadie sabe que están ahí y pisotean su sitio.

El elevado costo de la tierra persigue a los fronterizos hasta la muerte
y no hay un lugar apartado para la fosa común. Los panteones públicos
crecen en desorden, por lo que no se respetan caminos internos.

José Eduardo Flores, cuidador de los llamados Panteones Nacionales, camina por entre las tumbas para explicar dónde quedan las “fosas comunes”.

“Los entierran donde se puede, donde hay un espacio; hacen un hueco y
meten a los muertitos, en bolsas, en cajas de cartón, por separado”, explica.

Mientras habla, señala un espacio de 60 centímetros por dos metros, sin
una cruz, ni una inscripción que diga que hay alguien enterrado ahí.
Solo saben de ellos los empleados, “muerteros” de la funeraria o del cuidador del panteón. No hay más registro de la ubicación de los cuerpos.

Para enterrarlos llegan los empleados de las funerarias y los meten en las fosas, sin mayor protocolo, sin anotaciones. “Yo tengo que estar abusado dónde los ponen, porque luego me preguntan”, dijo.

Roberto Corrales Flores, cuidador del panteón de enfrente llamado
Reforma, comentó que bajo un árbol de lila hay cinco muertitos, “debajo de la piocha hay otros cuatro, un muchachito que… bueno, murió de sida… ni modo”, dice con tristeza.

Con ese joven hay otras cuatro personas: uno decapitado, una mujer baleada y dos migrantes que murieron en el desierto.

“También estaba la Cruz del Perdón, adonde iban a dejar flores los
que no hallan a sus difuntos de muchos lugares, pero ya ni la Cruz del
Perdón existe, la tumbaron, sólo hay una capilla en el panteón del
Rosario”, afirma

Tras ese acto, solo en ocasiones los muertos son rescatados por algún pariente que logra identificarlos. 
Aun entre difuntos hay proscritosNadie los reclamó, nadie les llevará flores, su comida preferida, su
bebida o algún recuerdo en estos días en los que todo el país celebra a
sus difuntos. Más de 500 cuerpos que fueron asesinados brutalmente en la
frontera durante enfrentamientos de grupos del crimen organizado
ocurridos en los últimos cuatro años fueron enterrados en fosas
clandestinas que, posiblemente, permanecerán eternamente sin que nadie,
ni siquiera las autoridades, se preocupen por ellos. Son los proscritos
hasta para los propios muertos.

A tan solo metros de distancia la celebración está al máximo. Una
muestra de lo que año con años sucede en el panteón San Rafael, donde
tan solo en este año la Procuraduría General de Justicia del Estado
inhumó 170 cadáveres asesinados al más puro estilo del crimen
organizado, y como nadie reclamó, después de permanecer tres meses en el
Servicio Médico Forense fueron depositados aquí.

Los juarenses se apiadan de ellos, y entre la fiesta se dan tiempo para
depositarles una flor, un pan de muerto y licor. Además, aseguran que
para que sus “almas encuentren el camino” un rezo no está de más. El
único que está al pendiente de las fosas comunes, mas no de los
cadáveres, es don Beto, empleado municipal encargado de limpiar el
camposanto y, en estas fechas, es el único que limpia flores
artificiales que se roba de otras tumbas y se las deja.

“Nadie sabe quiénes son, pero creo que no debieron ser muy buenos en
vida, ya para que no se acuerden de ellos en estos días está canijo,
¿pero quién es uno para juzgarlos? Ellos saben el camino que escogieron y
por qué. Ya no pueden hacer nada, pero nosotros sí, así que al menos
con una flor creo que no se van a sentir tan abandonados.

“Soy el que limpia aquí las tumbas, me encargaron las fosas para hacer
más espacio porque dicen que van a traer más cuerpos. Cada que tengo
chance me traigo un ramo de otros lugares para ponérselos a todos,
porque no alcanzan, y creo que con eso no se van a sentir tan
abandonados o solos, así siento menos pena por ellos”, dice el hombre
que a sus 10 años como panteonero aún siente pena por los que ni en Día
de Muertos visitan.

Violencia da nuevo significado a muerte
En una ciudad en la que este año fueron sepultadas cerca de mil 500
personas, de las cuales mil 160 corresponden a los dos panteones
municipales, con tanta inseguridad y violencia la muerte adquiere un
nuevo significado: se le venera, pero también se le teme porque cada
vez está más cerca de los vivos, argumenta Héctor Gaucín, administrador
de ambos camposantos.

El 1 y 2 de noviembre, el aroma de las flores, el olor a comida y vino
se confunden en ambos panteones, los más populares y baratos de la
ciudad, y las tumbas se visten de gala con el colorido que le dan miles
de flores.

Muchas de las tumbas del antiguo panteón están abandonadas, unas 3 mil,
que nadie visita, pero ello no impedirá el torrente de visitantes que se
espera a partir de este miércoles, aunque refiere Gaucín que la
inseguridad y la crisis económica pudieran afectar el arribo de personas
de otras entidades.

“A este lugar se le conoce también como el lugar de los olvidados,
porque hay tumbas que casi nunca se visitan porque sus familias viven en
lugares muy lejanos o porque ya se fueron de la ciudad”, explica.

Pese a ello, la tradición no se pierde y es común ver mariachis, tríos,
grupos norteños y familias completas que llevan alimentos a sus
difuntos, en cumplimiento con esta tradición.

“Aquí la gente se emborracha, recuerda, reza, llora, ríe, comen familias
enteras sobre las tumbas. Estos panteones son una amalgama de
tradiciones y de cultura, porque se sabe que llegará el momento de la
sepultura”, explica Gaucín.

Con 49 mil tumbas, de las que 17 mil 500 corresponden al panteón
municipal antiguo, cada año sepultan en éste a 900 personas; en el
panteón nuevo, entre 200 y 300, aunque las cifras son mentirosas, ya que
no se sabe de los cuerpos que van a dar a las fosas comunes.

Para este hombre la muerte es como un descanso de los pesares que se
padecieron en vida, pero se extiende y dice que quienes aprecian la vida
también aprecian la muerte, “porque para ella no hay edades, ni credos
ni partidos políticos. La muerte es muy democrática porque se lleva
parejo a todos”, señala.
CHG

Fuente: Internet

Fotografía de perfil de Liz Douret

Liz Douret

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