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El cine musical sin Gene Kelly

A sus cien años de haber nacido, el cine musical no ha vuelto a ser lo que era desde que Kelly dejó de coreografiar, dirigir y bailar

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Redacción.-  El cine musical no ha vuelto a ser lo que era desde que Gene Kelly dejó
de coreografiar, dirigir y bailar. Cuando se cumplen los cien años de
su nacimiento, queda el hueco de un verdadero autor capaz de tatuarse en
la retina del espectador de cualquier generación “Cantando bajo la lluvia” .

Aquella escena legendaria en la que no necesitó más pareja de baile que
el chaparrón, el paraguas y una farola la había rodado acatarrado y con
fiebre, pero acabó convirtiéndose no solo en su imagen más icónica, sino
en el comienzo del respeto hacia un género a menudo denostado por los
analistas más sesudos.

“Cantando bajo la lluvia” aparecía recientemente en el puesto número 20
de las mejores películas de todos los tiempos según la prestigiosa
revista británica “Sight and Sound” y es que, tras ese clásico popular,
se esconden propuestas artísticas todavía innovadoras y una concepción
coreográfica sumamente influyente.

Gene Kelly solía decir que mientras su compañero Fred Astaire era el
Cary Grant de la danza, él era el Marlon Brando. Mientras uno bailaba
con sofisticación y “Sombrero de Copa” al lado de Ginger Rogers, él otro
lo hacía vestido de marinero y con habilidades casi olímpicas junto al
ratón animado Jerry en “Levando anclas” .

Eugene Curran Kelly, nacido en Pittsburgh, Estados Unidos, el 23 de
agosto de 1912, fue, al margen de su faceta más visible, lo más parecido
a un autor que ha conocido el cine musical, quizá junto a Bubsy
Berkeley, Jacques Demy y Bob Fosse.

De su conexión creativa con Vincent Minnelli -que llegó a poner celosa a
la mujer de este, Judy Garland- nacieron los atípicos y explosivos
números musicales de “El pirata” y devolvieron al musical la calidad de
“oscarizable” en “Un americano en París” .

Al alimón con Stanley Donen, además de “Cantando bajo la lluvia” , firmó
dos clásicos más: “Un día en Nueva York” y “Siempre hace buen tiempo” .

Kelly ya había deslumbrado bailando con su propio reflejo en “Las
modelos” y había sido un particularísimo D’Artagnan en “Los tres
mosqueteros” , pero en 1956 debutó como director en solitario y
sorprendió a la crítica -aunque el público le dio la espalda- con lo que
fue una suerte de laboratorio sensorial llamado “Invitación a la danza”
.

Ganadora del Oso de Oro en el Festival de Berlín, en esta película se
reservó distintos papeles, se rodeó de bailarines como Igoy Youskevitch y
Tamara Toumanova y dinamitó las reglas narrativas del Hollywood clásico
hasta fundirlas con un espectáculo casi lírico, apoyado por el trabajo
musical de André Previn y dotado de un poso de gravedad inusitado en un
género casi siempre vivaracho.

Gene Kelly se erigía como un creador autónomo y personalísimo, que sería
reconocido como referencia para figuras tan distintas como Jackie Chan
(Kelly era cinturón negro de karate) , Ray Bradbury (quien le dedicó su
novela “El carnaval de las tinieblas”) o Madonna (a quien asesoró en la
gira “Girlie Show”) .

Sin embargo, es difícil saber qué fue primero, si el declive de Gene
Kelly o el del musical. El actor, director y coreógrafo se mantuvo tan
fiel al género decadente tal y como él lo había conocido que no fue
demasiado afortunada su participación en la cinta francesa “Las
señoritas de Rochefort” .

Intentó abrirse a la presencia de estrellas más pop como Barbra
Streinsand, a la que dirigió con mucho éxito en “Hello Dolly!” o, ya en
1980, Olivia Newton John, con la que dio el “pas de deux” más
desafortunado de toda su carrera en “Xanadú” , injusto broche una
carrera única e insustituible

Fuente: Internet

Fotografía de perfil de Liz Douret

Liz Douret

Editor de Contenidos

Liz Douret

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