Culiacán, Sin.- Un puño anónimo se asomó desde la multitud para golpear a Julio Duarte, secretario general del Stasac, y desde ahí todo fue un caos: las agresiones iban dirigidas a las cabecillas del Sindicato.
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Pero también a la prensa, que, como siempre, estaba en cobertura de los hechos. Primero un ataque directo a la cámara de un fotógrafo, después algunos celulares en el suelo junto a una reportera que no pudo escapar del caos.
Es que cuando un ataque es planeado se debe matar al mensajero, dicen los señores de la guerra. Y poco más para la prensa, que si bien vive un momento de crisis por la estigmatización generalizada, ahora cualquier hecho es un campo de batalla.
La política rancia de los sindicatos alcanzó niveles tangibles en sangre y heridas; si bien la denuncia sobre actos de proselitismo a favor del PRI por parte de Duarte es una realidad, también lo es la persecución política a sus detractores.
Dos empleados: Sonia Quintero y Vladimir Osuna, acusados por la Comisión de Honor y Justicia por apoyar a Morena contradiciendo los mandatos sindicales de su líder. Luchas de poder que parecen calcas de otros tiempos, pero aderezados con sangre que resultan en un chisme y poco más.
Después de la riña y el teatro de la autoridad tardía, los golpeadores se fueron, desaparecieron del lugar, dejando un halo de incertidumbre e impunidad, además de una sensación de inseguridad en el gremio periodístico, que una vez más es alcanzado por la metástasis de la violencia sin ninguna garantía de seguridad.
Y es que ahora parece que la violencia es el único recurso en la política bananera de Culiacán para aprobar acuerdos, y conservar los otros que nadie aprobó.
