Guasave, Sin.- Rebeca se escondía tras un poste del semáforo cuando advirtió que alguien llegaba, sabía que el objetivo eran ella y los niños que la acompañaban, antes estuvo realizando algunos malabares con las tres pelotas que dejó en el pavimento.
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Sobre la espalda, Fernanda, su hija, apenas alcanzaba a advertir del peligro que corría en medio del bulevar Millán, en el cruce con el Benito Juárez, al otro lado, en el semáforo de norte a sur, José su hermano, de escasos seis años, hacía lo propio levantando del suelo la pelota que se le cayó por error.
Dejaron a su madre en Chiapas buscando una mejor calidad de vida sin pensar en el riesgo que les representa el sortear a diario el monstruo del tráfico local.
“Es que allá no hay trabajo, nada más vengo por dos horas y ya, es que mi mamá está allá en Chiapas”.
¿Cuánto gana aquí?
“Nada más 300 pesos”.
¿Le alcanza con eso para comer?
“Poquito, pago mil 200 en el cuarto”.
¿A la niña qué le da?
“Pecho nada más”, expresó.
Rebeca apenas habla español, su lengua de origen es la Xotzil, frunce los hombros cuando se le cuestiona desde cuándo dejaron su hogar, no sabe tampoco cuántos días lleva ya en Guasave, después de que tomaron el camión y se salieron de casa.
Hoy rentan un pequeño cuarto en los alrededores del panteón municipal, pero con los 300 pesos que logran a diario apenas les da para subsistir, trata de llegar temprano al punto para que el sol no haga mella en la salud de los pequeños; aunque piensa regresarse, Rebeca busca que mínimamente valga la pena el sacrificio y el riesgo al que se enfrentan a diario, pues sabe que aunque lejos de su familia, allá el hambre no le permitiría sobrevivir.
