Mocorito, Sin.- En Santiago de Comanito la Muerte está agazapada. La luz ocre del alumbrado público crea una atmósfera fantasmal en el pueblo de calles empedradas la noche de los disparos.
La pólvora de los fusiles accionados se adhiere a las fosas de la nariz de olfato agudo y un escalofrío recorre el cuerpo y la piel se pone de gallina.
Localizado en el kilómetro ocho de la carretera Pericos-Badiraguato, Santiago de Comanito la noche del sábado se vistió de Muerte.
La Muerte hace suyo cada rincón, cada resquicio del poblado. Se agazapa en la oscuridad como animal cebado en sangre, con las garras prestas para el zarpazo.
Dos calles y una entrada principal forman el pueblo. Al final, una iglesia de antigüedad incierta y más allá, un arroyo seco.
La parte trasera está en penumbras. Allí fue el escenario de la disputa que se “puso fea”, del enfrentamiento a balazos entre grupos antagónicos o entre integrantes de un mismo bando enemistados entre sí.
Entre unos árboles de hojas mustias está marchito un cuerpo. Es el de Fernando, de 27 años, con traza inequívoca: oscura la vestimenta y pertrechos de guerra. Empercherado con chaleco táctico, pues.
A cincuenta metros, al otro extremo de la calle principal que conduce a El Platanar, está Adán Giovanni de 20 años, con vestiduras similares. Con pecheras sin cargadores ni armas de fuego que justifiquen su indumentaria.
En el enfrentamiento una persona más resultó herida, y vida para contarla.
La escena de la confrontación está huérfana de mirones. Solo unos agentes funerarios se mueven entre la oscuridad con murmullos que se ahogan con el ruido de la hierba seca de las pisadas.
Solo un abuelo de apellido ilustre que identifica a uno de los suyos: Buelna…
En el lugar no hay Gobierno. El otro sí, el que impone su ley y su poder de facto.
“Aquí están”, se escucha una voz, “pero nosotros no los vemos…”
mg
