Mocorito, Sin.- El olor a miedo se percibe en cada rincón de la sindicatura de Pericos, en cada esquina, en cada comercio con las cortinas de acero abajo, mientras que en los rostros de los periqueños se confirma la vigilia forzada a la que estuvieron expuestos por más de tres horas durante una de las balaceras que ellos consideran de las más terribles que les ha tocado vivir.
Acostumbrado a madrugar, don Jesús Peiro señala que los balazos lo levantaron antes de lo habitual.
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“Yo me levanto a las 4:30 de la madrugada. Desde chiquillo estoy acostumbrado a levantarme a esa hora. Mi abuelo trabajaba en La Hacienda de Pericos de los hermanos Peiro. Era una fábrica donde se hacía mezcal y aguardiente, y nos acostumbramos a levantarnos a la hora que él se iba a trabajar junto con mi padre, pero ahora me levanté más temprano”, señala orgulloso el adulto mayor que camina lerdo por la orilla de la carretera apoyado por un bastón hechizo de madera.
Para los poco más de 6 mil habitantes de la sindicatura de Pericos, el sueño terminó cuando el reloj rondaba las 2 de la madrugada. Las fuertes detonaciones de armas de fuego, en su mayoría ráfagas, los estallidos de los tanques de combustible y el movimiento de las decenas de vehículos que transitaban a toda velocidad en convoy por las distintas calles de la población, mantuvieron en alerta a los mocoritenses ante la incertidumbre de resultar lesionados o ser víctimas de los grupos delincuenciales.
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Por más de dos horas los sicarios hicieron y deshicieron. Se enfrentaron entre sí, quemaron vehículos blindados y hasta tuvieron tiempo de retirar a los caídos y personas lesionadas ante la ausencia total de las autoridades de los tres niveles de Gobierno, que llegaron al sitio de la balacera hasta cuatro horas después de iniciada, al amanecer y sólo para cuantificar los daños causados por la “tracatera”.
Más de mil 200 casquillos de distintos calibres de armas largas y cortas esparcidos por todo el pavimento del crucero de Pericos dan muestra de la intensidad de fuego que vivieron los pobladores y de la misma forma, tres camionetas de modelo reciente con vestigios de blindaje nivel 5 en las ventanas y carrocería quedaron reducidas a chatarra junto con las balas que tronaron con la lumbre y los cargadores para fusil AK47 que asoman sus colores cenizos de entre los fierros humeantes de las camionetas calcinadas.
