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Un venerable anciano

Lo vi a la cara. Su tez, que discurre sobre el tiempo, muestra las huellas de la vejez como un maquillaje que no podrá irse a...

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Lo vi a la cara. Su tez, que discurre sobre el tiempo, muestra las huellas de la vejez como un maquillaje que no podrá irse a sus 72 años, porque borrarnos la vida del cuerpo es difícil quise decirle, desde el momento en que sus ojos, que como dos volcanes se toparon con los míos. Un pequeño silencio como una borrachera inundó el lugar. Tenía ganas de decirle que envejecer es el primer grito que lanza nuestro cuerpo hacia la calle. En él llevamos la historia propia, la de otros, la del mundo que gira sin detenerse. No pude.

Es un venerable anciano, pensé, que sin suponerlo, lleva sobre sus manos toda la sabiduría. Su blanquecina barba, me hizo recordar los sueños que de niño tenía sobre los regalos que llegaban de un anonimato nocturno. Su sonrisa, mostraba la falta de algunos dientes, y volcó sobre nosotros la ternura que habita en el mundo y el corazón se nos empezó a empequeñecer ante la bondad que despedía su figura.

Una débil voz brotaba de su cuerpo flácido, entumido y carcomido por los años, por la dureza que la vida ha dejado caer sobre espalda y que golpe tras golpe fue encorvando hasta dejarle todo el dolor del trabajo, la angustia y las desdichas. Sus dos volcanes eran profundos. Pensé en la palabra años y me sentí feliz de recordar la imagen difusa de mi abuelo materno. No lo conocí, pero unas antiguas fotografías que se llenan de polvo en la pared de la casa de mi madre lo sostienen en mi memoria. Así debió tener sus canas, las pecas de las manos, la otoñal mirada.

Un venerable anciano, volví a pensar y sentí un respeto como un fuego que camina por las venas; porque de niño, la voz de mi madre me enseñó a respetar las “arrugas” ya que de ellas emana la sapiencia, recuerdo.

Al verlo, recordé lo que leí en un medio nacional; la iglesia invitó a los hombres y mujeres de noble corazón a no abandonar a los adultos mayores, a la tercera edad que parece siempre la primera: “Los viejos, ellos, con su sabiduría, nos guían por el bueno camino y no debemos abandonarlos porque nos han dado la vida, la sabiduría y el respeto” había dicho el representante eclesiástico.

Lo vi a la cara de nuevo y sus arrugas se acentuaron aún más. Languideció su mirada como un perro en medio de la calle, que pide mudamente una ayuda para mitigar el hambre. Como quien olisquea buscando que tragar. La ternura de nuevo se me acompasó con el ritmo del corazón

Su manos eran enganchadas con grilletes, después de haber golpeado brutalmente a su esposa.

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Fuente: Internet

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Eliud Velázquez Barba

ColumnistaReportero

Eliud Velázquez Barba

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