Siempre, pero más en estos tiempos crisis sanitaria y económica, con un futuro incierto y un país confrontado, es importante la tolerancia. Si se trata de política, ayuda en la búsqueda de la armonía y reduce la crispación social.
Hemos llegado a un punto donde desde los más altos niveles de gobierno nos orientan a que si no estamos con alguien, estamos en su contra. Donde el solo hecho de disentir se ha convertido en prueba contundente para muchos fanáticos de que se recibe una paga por ello. Las acusaciones se dan en ambos sentidos.
Personas aparentemente congruentes y de pensamiento abierto y brillante se han convertido en auténticos fanáticos y aparecen irreconocibles. Ven a un enemigo en cada individuo que piensa diferente a ellos, al que denostan, descalifican e insultan, principalmente en las redes sociales.
Nadie posee la verdad absoluta y la percepción de un mismo asunto puede variar sin más motivo que la información disponible o la perspectiva desde la que se le vea, sin necesidad de una influencia monetaria, conveniencia personal o algún objetivo perverso. Aquí cabemos todos.
Es muy difícil coincidir en temas controvertidos entre los miembros de una sociedad tan heterogénea. Pero podemos tener la capacidad para escucharnos, discutir y respetarnos, sin insultos.
Debemos partir de algo tan simple como el que la misma libertad que tengo yo para fijar una postura sobre un tema, tiene mi interlocutor para expresar la suya, aunque sea diametralmente opuesta a la mía.
Lo menos que necesita en estos momentos el país es que se la parta en dos ente ricos y pobres, oficialistas u opositores, derechistas o izquierdista. Aquí cabemos todos si hay voluntad, respeto y educación. Si de opinar de política y gobierno o del manejo del coronavirus se trata, al final de cuentas no nos vamos a encontrar a la vuela de la esquina aquí con Andrés Manuel López Obrador, Quirino, López-Gatell la Polevnsky, Ackerman o Muñoz Ledo. No. Nos vamos a seguir encontrando entre nosotros.
