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Los hijos del poder

Desde tiempos remotos y desde que el ser humano lo es, la costumbre de heredar los oficios de padre a hijos es casi un mandato de la...

Juan Ordorica
Juan Ordorica | Analista y columnista Línea Directa

Desde tiempos remotos y desde que el ser humano lo es, la costumbre de heredar los oficios de padre a hijos es casi un mandato de la naturaleza. Las actividades humanas casi siempre han estado ligadas a herencias sucesorias en haberes y conocimientos. Los carpinteros, albañiles, herreros, sastres, etc. transmitían a su descendencia los conocimientos suficientes para mantener el oficio vivo entregando un modo honesto de vivir a su progenie. La sociedad aceptaba todo esto sin problema. Era de esperar que las familias acumularan monopolios en ciertas áreas, sobre todo en comunidades pequeñas. Nadie lo veía mal.

El propio Jesús de Nazareth no pudo escapar a ese destino. Su padre putativo, José, heredó al elegido el oficio de carpintero; desde luego que se conocen otros oficios para el hijo de Dios, pero el de carpintero es una de sus formas en las que el mundo lo conoce. La pertenencia al gremio de las actividades de la familia era tan fuerte que, en el idioma anglosajón, el oficio se estampaba de forma permanente en los apellidos (Shoemaker, Carpentier, Thatcher, Buider, etc).

No podía faltar que los hijos de los poderosos compartieran los oficios de sus antecesores. Los reyes heredaban el trabajo a sus hijos; no a sus hermanos. Los hijos eran los depositarios del poder; por eso eran preparados para eso. Algunos salían mejores que otros, pero a casi todos se les ofrecía una educación suficiente para entender los recovecos del Poder y del buen gobernar.

En algún momento de la historia, los hijos se negaron a seguir haciendo lo que hacían sus padres; la tradición se rompió y hoy en día es casi pecado mortal dedicarse a lo mismo que tus ancestros próximos pasados. Por su puesto que los primeros en caer fueron los poderosos. La gente se cansó de seguir en manos de una sola familia. No estuvieron dispuestos a permitir que el monopolio del poder fuera exclusivo de un apellido. Después de eso, poco a poco, esa idea fue permeando al resto de las actividades. Bien podías ser el hijo de un herrero exitoso para mantener la tradición viva y ganarte el sustento con los conocimientos o herramientas heredadas, pero herreros sin prosapia se quejaron de eso. Fue injusto no competir en igualdad de circunstancias. De repente fue mejor visto un herrero emprendedor que un herrero heredado; lo mismo pasó con otras profesiones y oficios.

En nuestra modernidad es mal visto que los hijos de los poderosos quieran mantenerse en las actividades propias de los espacios políticos. Al igual que los reyes, los políticos desearían dejar sus espacios en manos de sus retoños. El mundo está plagado de ejemplos de hijos de políticos que mantuvieron la tradición familiar de mandar. En México no somos excepción al problema e, incluso, es más profundo que en otras latitudes.

Los tiempos posteriores a la revolución, los políticos decidieron empoderar aún más a sus cachorros. Comenzando con el Tata Lázaro. La progenie del general es una de las familias de abolengo político en nuestro país. El apellido Cárdenas es sinónimo de política y poder.

Cuauhtémoc quiso ser presidente y falló; lo mismo que Lázaro, su hijo. Muy pocos hijos de expresidentes pudieron crecer bajo la sombra de sus padres; por lo general, han resultado un dolor de cabeza para los mexicanos. En el siglo XX, los hijos de los presidentes fueron más problemas que promesas.

Los hijos de los presidentes del Siglo XXI mantuvieron la tradición de mantenerse pegados y apegados al Poder. Los hijos de Fox se llenaron de escándalos por actos de corrupción, compras amañadas y excesos cobijados desde el gobierno. Calderón tuvo hijos muy pequeños cuando estuvo al mando; sin embargo, hoy en día parece ser que uno de ellos pretende iniciar una carrera en política. La numerosa familia de Peña Nieto se mantuvo alejada del gobierno y no se conoce mucho de sus vidas privadas.

Caso aparte los hijos de López Obrador. Uno de ellos, Andrés, es un operador muy activo del movimiento político de su padre. Fue nombrado como el responsable de las protestas en contra de la reforma petrolera cuando su padre fue víctima de un infarto. El mayor de sus hijos, José Ramón, es quien más se coloca en el centro de las polémicas. No se sabe en que trabaja, pero tiene una vida muy holgada y viajera. Andrés también estuvo señalado por favorecer a sus amigos con contratos jugosos entregados durante la presidencia de su padre. Algunos dicen que en el 2030 quisiera contender por la presidencia.

De lado de la oposición las cosas no son muy diferentes. Las cámaras de diputados y senadores están repletas de hijas e hijos de políticos poderosos. Curiosamente las listas de plurinominales son las preferidas por los descendientes de la partidocracia.

No es incorrecto que hijas e hijas de políticos quieran seguir dedicarse a lo mismo que sus padres.

Muchos de ellos se prepararon para eso. Traen ventaja (tampoco es malo) por tener más conocimientos del servicio público. En ese sentido, al tener más ventaja, deberían ser más cuestionados, presionados; en pocas palabras, ser mejores que sus padres por las condiciones propias de sus crianzas. De la misma manera, sus excesos tendrían que estar más penados con mayores consecuencias que un ciudadano común y corriente.

¿Usted qué opina, amable lector? ¿Los hijos del Poder le convencen o prefiere que no tengan vida pública para dedicarse a otras cosas?

 

Fuente: Internet

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