Hace unos días Francisco Labastida Ochoa hizo algunas valoraciones sobre la situación del PRI, que generaron malestar entre algunos miembros de la élite priista.
Un buen comienzo para buscar la recuperación del partido sería aceptar con responsabilidad esa realidad que les plantea el primer priista en perder una campaña por la presidencia de la República.
En diciembre de 1988, al iniciar el gobierno de Carlos Salinas de Gortari luego de una cuestionable elección bajo seria sospecha de fraude, el PRI estaba intacto: tenía la presidencia de la República, el total de los gobiernos estatales junto con las legislaturas locales, y la mayoría en la Cámara de Diputados y de Senadores.
Tres décadas y tres gobiernos federales priistas después, ese partido enfrenta la más seria crisis de su historia, tras la no por esperada menos dolorosa y contundente derrota del 1 de julio pasado.
La gravedad de la emergencia priista radica también en el relevo en el gobierno federal, nuevo partido con un líder de incuestionable agudeza política, muy diferente a lo que enfrentó tras la derrota del 2000, con un panismo que fue con el PRI sumamente condescendiente.
Ese año el PRI pierde por primera vez la presidencia de la República, pero se mantiene fuerte en el legislativo con 59 senadores y 209 diputados, primera mayoría que le permitía ventajosas negociaciones, además de 19 gobernadores al inicio.
En 2006, cuando con su candidato presidencial se fue al tercer lugar, se agrava su crisis pero aun así le alcanza para tener 33 senadores, 65 diputados federales y solo 17 gobernadores.
Y con esos números, que son los más parecidos a los que actualmente tiene el PRI a nivel nacional, pudo recuperar la presidencia de la República en 2012, cuando además logró 52 senadores, 212 diputados federales e inició con 21 gobernadores.
Pero los de 2018 son los peores números del priismo en su historia. Tiene solo 13 senadores de la república, 47 diputados federales y 12 gobernadores priistas, además de mayoría de Morena en 19 congresos locales, incluyendo donde tiene gobernador, como es el caso de Sinaloa.
Para muchos esta pareciera crisis terminal. Faltaría ver el desempeño del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, el manejo morenista en la distribución del partido, la inteligencia priista para ganar el principal discurso convincente desde la oposición, y el surgimiento del hombre que pueda generar las expectativas para materializar el triunfo en un plazo razonable.
Hace 18 años el PRI pudo sobrevivir al mantener muchos de sus liderazgos locales y amplia fuerza legislativa. La situación hoy es totalmente distinta, como tercera fuerza política en el Congreso lo que le da muy poco margen de maniobra. Sí, esta es la peor crisis priista. Y no es solo cuantitativa, sino también cualitativa.