Culiacán, Sin. Los partidos representan a una parte, precisamente, de la sociedad. Su existencia se justifica cuando defienden principios y presentan una oferta política diferenciada a la ciudadanía para que ésta decida entre partes diversas, para que el electorado pueda discernir entre opciones distintas.
Si las diferencias no se expresan, si las controversias están limitadas a la forma, sin pasar de la superficie; si en la práctica se conducen como gobierno casi de la misma manera, entonces la función social de los partidos se relativiza, cuando no se difumina.
Sucede, entonces, que la ciudadanía cubre onerosos costos de una democracia formal, sosteniendo a partes indiferenciadas en lo fundamental y, por derivación, manteniendo a una clase política burocrática que hace modus vivendi del mero discurso y la pose declarativa.
Y lo que en México tenemos son partes, ciertamente, pero de un todo donde las discrepancias no afectan al estatus.
Por eso unos pierden credibilidad de manera acelerada y otros, de plano, nunca la han tenido.
AL MARGEN DE LA ÉTICA
La cuestión, así las cosas, es: ¿qué hace posible esa situación, sin opciones reales de cambio, sin diferencias de fondo y sin voluntades emergentes ante lo establecido?
Una explicación tiene qué ver con los decenios de control político que antecedieron al gobierno foxista, que fue incapaz de trascender; con la pérdida de actoría ciudadana y con el alejamiento de la interlocución democrática.
Otra vertiente apunta a las prácticas rufianescas, las formas perversas de la llamada “real politik”, es decir, la política al margen de la ética, que caracteriza en buena medida al quehacer partidario que lucha por el retorno: es el caso del Prianredé, que los llevó a la pérdida de credibilidad, si alguna tuvieron.
Hay más razones pero, desde luego, la corresponsabilidad ciudadana frente al problema en ningún caso se puede marginar.
Y QUE RUEDE EL MUNDO
La incivilidad rampante en Culiacán, sin control alguno a la vista ante la carencia de capacidad y visión de las autoridades, incluidas las educativas (que se manejan en la pretensión de exención ante una problemática que no se quiere hacer recaer más que en la logística policiaca) es caldo de cultivo de la violencia circunstancial y la premeditada.
Es evidente la insensibilidad y la limitada percepción, cuando no la plena ignorancia, de improvisados y negligentes “responsables” de esto y aquello que no ven más allá de sus rondas del relumbrón.
En el plano anecdótico, y terrenal como menor, acaso, recordamos la “cero tolerancia” que ha sido figuración y declaración vana de varios presidentes municipales.
No han podido, no han querido o las dos cosas. Y tampoco sería panacea, por cierto, pero al menos intento recuperable ante la insania que vivimos.
El desgarriate incivil está a la orden del día, las 24 horas, ante la mirada impotente y concesiva de los “agentes del orden”.
Pero, en obvio, no es mero asunto de orden. Es de cultura, de educación, de valores, de promoción de la necesaria convivencia para la subsistencia humana.
Es materia que requiere de atención corresponsable, con sentido realista, a más de conocimiento, capacidad, imaginación y voluntad.
¿Y en ese complejo requerimiento encajan nuestras actuales flamantes autoridades, las citadinas y las educativas del estado y del municipio?
Evidentemente, no.
EN EL TINTERO
-Lo dijimos hace más de un año: lo difícil, muy difícil, será regresarlos a trabajar (burócratas, maestros y más).
-Nos escribe Héctor Mendoza: “Ahora las habladas, sin denuncias formales, sin pruebas, el seguimiento de la reacción prianredista, es el material hasta de medios que se supone serios”.
-Se “equivocaron” esos medios y encuestadoras con alrededor de 30 puntos; divulgaron información falsa y hacen eco de la reacción y las mentiras prianredistas. “Gratis no es”.
-Por lo demás, “el candidato del Prianredé, Zamora, debe probar lo que dice. De lo contrario, debería ser sancionado por mentir y calumniar”.
-Parece que el Prianredé sigue teniendo empleados en el llamado “Centro Nacional de inteligencia” (CNI).