Casi todas las guerras son el fracaso de una sociedad. La guerra representa la cúspide de malas decisiones y la inoperancia del orden civilizador. Para muchos, la guerra en Sinaloa lleva seis meses. Yo no lo veo así. Creo que estamos viviendo una guerra que abarca más de 30 años. La guerra en Sinaloa es una sola, continuada por décadas. Es el fracaso que nosotros, los sinaloenses, construimos, y hoy pagamos las consecuencias.
La historia está llena de guerras prolongadas. Las contiendas entre griegos y persas duraron siglos. Los romanos y los cartagineses pasaron por diferentes etapas de conflicto. Para no pocos historiadores, la Primera Guerra Mundial y la Segunda Guerra Mundial son extensiones de las guerras napoleónicas del siglo XIX. En Sinaloa, la guerra del narcotráfico se libra desde mediados de los años 70 del siglo pasado hasta hoy. Ahora enfrentamos una nueva edición de esa misma guerra.
Las guerras desgastan a las partes en conflicto de diversas formas: hay desgastes físicos, económicos, sociales, políticos, entre otros. La guerra en nuestra entidad muestra tintes de agotamiento. Podría tratarse de autotreguas para reagruparse y emprender nuevas ofensivas, o simplemente el agotamiento está alcanzando niveles insostenibles. Eso lo veremos en las próximas semanas.
En Sinaloa estamos experimentando una disminución en los homicidios; sin embargo, la ola de violencia no ha terminado. Si bien el número de homicidios dolosos ha disminuido desde octubre hasta la fecha, delitos como el robo a casa habitación, a comercios y el robo en general han aumentado en comparación con enero. Es cierto que hay una reducción en homicidios, pero las autoridades a veces intentan ir más allá y vendernos más expectativa que realidad. Por ejemplo, presumieron una disminución de homicidios de enero a febrero en un porcentaje cercano al 30%; sin embargo, omitieron mencionar que enero tiene 31 días y febrero, 28. Si ajustamos esas consideraciones, pasamos de 4.4 homicidios diarios a 4.2, muy lejos del 30% que destacaban.
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El robo de vehículos es una cifra que se mantiene inestable: algunos meses sube y otros baja. No podemos afirmar aún que haya una tendencia positiva. En términos generales, y a manera de resumen, observamos que hay menos homicidios, pero los ciudadanos seguimos viviendo con miedo a ser víctimas de delitos que han demostrado estar fuera de control. La pregunta que debemos hacernos es cómo medir si ya vamos de salida, si seguimos igual o si estamos peor. Hay menos homicidios, pero más robos.
Queda a consideración del lector decidir si esto es un indicio de que estamos cerca o lejos de superar la crisis de inseguridad que nos aqueja desde hace seis meses. Hay argumentos para quienes consideran que estamos cerca del fin de esta guerra. Personalmente, no lo creo. Tal vez nos aproximamos a una nueva tregua que podría durar algunos años, como ocurrió con la guerra de 2008-2010, que volvió a estallar 15 años después con otros personajes y circunstancias, pero siendo la misma guerra. Lo que vivimos ahora es eso. Podríamos estar alcanzando un nuevo período interguerras, una versión distinta de la “pax narca”.
Las guerras casi siempre terminan con el colapso del statu quo reinante y la reconstrucción de nuevos modelos de convivencia, para bien o para mal. En nuestro estado, no veo que eso vaya a suceder. Las balas pueden detenerse, los muertos pueden disminuir y los delitos controlarse, pero eso no basta para considerar que la guerra ha terminado. La guerra sinaloense persistirá mientras no estemos dispuestos a cambiar nuestras circunstancias. Ni el gobierno ni la sociedad están proponiendo nuevas formas de convivencia; ambos prefieren administrar el problema sin resolverlo de fondo.
Los sinaloenses podremos cantar victoria cuando la sociedad asuma su responsabilidad por el daño que nos causa vivir inmersos en la narcocultura, cuando dejemos de depender de actividades económicas ligadas al mercado negro de las drogas y cuando dejemos de normalizar al narcotráfico como fuente de poder. Estamos muy lejos del fin. Con algo de optimismo, podríamos suponer que estamos cerca del cierre de este capítulo negro que comenzó con el primer “culiacanazo”, pero no estamos ni cerca de empezar a desmantelar la guerra que arrastramos desde hace más de tres décadas. El principio del fin está más lejos de lo que parece; aun así, una pequeña tregua se agradece mientras nos preparamos para la siguiente batalla. Total, si los ingleses y franceses sostuvieron una guerra de cien años, ¿quiénes somos nosotros para no intentar emularlos?
¿Qué opina usted, amable lector? ¿Qué tan lejos estamos del fin de esta guerra?