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EL FIN de la escuela

Sueño con un país en el que todas las niñas, niños y jóvenes asistan a escuelas donde aprendan sin importar su origen ni el lugar donde...

Juan Alfonso Mejía
Juan Alfonso Mejía | Foto: Cortesía

Sueño con un país en el que todas las niñas, niños y jóvenes asistan a escuelas donde aprendan sin importar su origen ni el lugar donde vivan. Quiero que en México todas y todas disfruten de una educación que les brinde lo necesario para enfrentar su entorno y forjar su propio destino.

Imagina una escuela donde aprender es apasionante. Aprender de los demás y aprender de ti mismo, de tu entorno, de los problemas que tenemos y de cómo resolverlos, de cómo hacer realidad nuestros sueños, donde aprendemos a aprender.

La escuela es clave para tener una sociedad justa y equitativa y conquistar mayor acceso a mejores oportunidades para vivir bien. Al perder la pasión por aprender, perdemos el enfoque de la escuela e impedimos que los estudiantes enfrenten el mundo que les dejamos: con crisis climática, con problemas de agua, con conflictos sociales y una revolución digital incesante. La escuela debe ser para aprender, ¡o no es una escuela!

Soy profesor de una Universidad Pública y he recorrido escuelas durante 15 años, y tras haber visto su capacidad para encender nuestra pasión por aprender, tengo una historia sobre el fin de la escuela.

Mi activismo a favor del derecho a aprender comenzó exigiendo a los gobiernos que cumplan con su trabajo de garantizar el derecho humano a la educación. Luego, tuve la oportunidad y el reto de ser parte del gobierno (y hacer el trabajo), aprendí de un secretario de educación nacional y tuve el privilegio yo mismo de ser secretario de educación en mi estado, Sinaloa. Ahí fundé y dirigí una organización dedicada a esta pasión, y luego encabecé a este organismo a nivel nacional.

Ya sea como funcionario o activista, recuerdo la emoción compartida con compañeras y compañeros al querer cambiar las cosas y no lograr los resultados esperados. Sin embargo, ninguna frustración fue más grande que el gozo de atestiguar como, escuelas que tienen todo en su contra, logran alcanzar los mejores puntajes del país en las llamadas pruebas estandarizadas, como PLANEA.

En México tenemos una enorme confusión, ya que se comenta que la escuela es parte del problema y que los maestros son los villanos en la historia. No me gusta que se hable mal de las y los maestros, no creo en ello Una narrativa que se repite una y otra vez. Llevamos décadas discutiendo sobre educación, pero casi nunca de aprender: ¡Vaya error! Y todo comienza cuando llamamos “escuela” a cualquier espacio con pizarrón, baños y ladrillos.

Lo preocupante de la confusión son sus efectos. Cada vez que una escuela no genera oportunidades, reproduce desigualdades; con implicaciones más adversas para unos que para otros, pero al fin de cuentas adversas para todos. Para salir de esta confusión, propongo responder a una interrogante sobre la que he insistido: ¿para qué queremos las escuelas?

Pareciera obvio, pero no creo que lo sea. Para una amplia mayoría, la escuela representa esa etapa inevitable con estrés por los exámenes, tareas y más tareas, memorizar, callarse, sentarse y mirar al frente, poner atención y repetir las tablas de multiplicar. ¿Les suena familiar.

Las escuelas son para aprender o no son escuelas, de la misma manera que la educación se trata de aprendizajes, o no es educación.

Una escuela debiera ser una comunidad de aprendizaje y para eso necesita personas que aprendan en espacios dignos, con el apoyo de autoridades y sociedad para afrontar los desafíos de su entorno. No le puede faltar nada de esto o no se aprende.

Esto quiere decir que, si tienes una infraestructura digna, pero no un currículum que responda a las necesidades del entorno de las y los alumnos, no funciona; si tienes docentes comprometidos, pero no asesores que los acompañen, se vuelve complicado; directores dispuestos a tomar decisiones, pero funcionarios burocráticos centradas en controlar, se frena.

En México, sólo el 41% de las escuelas tienen lo que necesitan para ser una verdadera escuela. Las que no lo tienen, no podemos llamarlas escuelas, son más parecidas a bodegas para cuidar a niños mientras la familia trabaja y que los adultos ahí cobren por asistir (en el mejor de los casos) sin que sea importante aprender.

No importa si la escuela es grande o pequeña, lo que importa es que sea un lugar donde las personas puedan aprender y crecer juntas y ese sueño puede ser una realidad. La historia que te quiero contar puede dejar de repetirse si entendemos una cosa: El “FIN” de la escuela es aprender o será su “FIN”.

Transformar esta realidad está hoy más lejana que nunca. A los errores del pasado, se le suman las infamias del presente. La Secretaría de Educación Pública (SEP) comunicó al INEGI su decisión de dejar de compartir información sobre la calidad del sistema educativo. Desde hace años, las instancias nacionales aportan datos para el análisis y la posterior construcción de políticas públicas basadas en la evidencia. Al presidente de la República y Leticia Ramírez, la “secretaria”, le parece innecesario “informar” o “analiza”. La evidencia es innecesaria cuando la ideología dicta lo que hay que hacer. Ante el disgusto por la rendición de cuentas, mejor acabar con las cuentas y así no se le rinde a nadie.

Que así sea.

PD. El próximo martes 9 de mayo acompáñame para hablar con mayor profundidad sobre “El FIN de la escuela”. La cita es en el auditorio de MIA, en la ciudad de Culiacán a las 18:30hrs. El evento no tiene costo.

Fuente: Internet

Fotografía de perfil de Juan Alfonso Mejía

Juan Alfonso Mejía

Columnista

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