Lo que ocurrió la noche de este miércoles 26 de marzo en la colonia Ampliación San Benito, al sur de Culiacán, no puede pasar desapercibido. Reporteros que acudieron a cubrir un homicidio fueron bloqueados por elementos del Ejército.
¿Qué fue lo que hicieron los periodistas? Lo que corresponde: acataron instrucciones, dejaron sus vehículos una calle atrás, caminaron al punto, se identificaron, permitieron que les tomaran sus datos y esperaron a que los dejaran pasar. Pero en lugar de eso, les dijeron que hasta que llegara el personal de Fiscalía podrían acercarse. Pasaron los minutos, la espera fue larga… y al final los militares simplemente se fueron. Dejaron a los reporteros solos, en una zona sin respaldo ni seguridad.
Este no es un caso aislado. En distintas coberturas, tanto el Ejército como la Guardia Nacional han impedido el trabajo de la prensa con argumentos poco claros. A veces solicitan datos personales, toman fotos de los reporteros y de sus vehículos, a pesar de que son plenamente identificables y cubren esa fuente todos los días. ¿Cuál es el mensaje que se está enviando?
Vale la pena hacer una pausa y decirlo con claridad: la prensa y las fuerzas armadas no son enemigos. Están —o deberían estar— al servicio de la sociedad. Uno desde el terreno de la seguridad; el otro desde el ejercicio de informar.
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La labor de los soldados y elementos de la Guardia Nacional no es sencilla. Se enfrentan a entornos de alto riesgo, en operativos complejos y bajo constante presión. Y sí, es entendible que actúen con precaución. Pero esa misma condición debería abrir la puerta al entendimiento y no al bloqueo.
Porque cuando se limita a la prensa, también se restringe el derecho de la ciudadanía a saber. Y eso debilita el tejido democrático. La información confiable, inmediata y verificada no es un lujo, es una necesidad en un país donde la violencia es parte del día a día.
Pero también hay que mirar hacia adentro: los periodistas no estamos por encima de la ley. Tenemos derechos, pero también obligaciones. Nos corresponde actuar con ética, seguir los protocolos, no entorpecer la labor de los peritos ni de las corporaciones de seguridad. La credibilidad también se construye desde la responsabilidad con la que asumimos este oficio.
Culiacán no es una plaza sencilla. Pero aquí hay periodistas que conocen el terreno, que han aprendido a cubrir la violencia con precaución y con sentido social. Lo mínimo que merecen es respeto a su labor.
En una sociedad golpeada por la inseguridad, el camino no es cerrarle el paso a la información, sino encontrar cómo cada quien puede hacer su trabajo con respeto.