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Eduardo Galeano y Sinaloa

Este 13 de abril, se cumplieron 10 años de la muerte de uruguayo, Eduardo Galeano. En 1988, solo había leído de Eduardo Galeano, Las Venas Abiertas de...

José A. Ríos Rojo | Línea Directa

Este 13 de abril, se cumplieron 10 años de la muerte de uruguayo, Eduardo Galeano.

En 1988, solo había leído de Eduardo Galeano, Las Venas Abiertas de América Latina. El último tercio de ese año, lo viví en la CDMX, en un departamento que rentaba Gabriel Santos en la Colonia del Valle, y él nos facilitó un cuarto, el cual compartíamos Juan Guerra Ochoa y yo.

En una noche de ese año, llegó Juan Guerra al departamento con tres libros de pasta amarilla, eran los tres tomos de Memoria del Fuego de Eduardo Galeano. ¿Dónde y cómo los consiguió?, quién sabe.

Me llevé una grata sorpresa al leer En Memoria del Fuego. 1. Los nacimientos, que el autor agradece a: Federico Álvarez, Ricardo Bada, José Fernando Balbi, Álvaro Barros-Lémez, Borja y José María Calzado, Ernesto Cardenal, Rosa del Olmo, Jorge Ferrer, Eduardo Heras León, Juana Martínez, Augusto Monterroso, Dámaso Murúa, y otros más, por haber facilitado el acceso a la bibliografía necesaria.

Siempre he pensado qué con los tres tomos de Memoria del Fuego, se puede impartir un curso de Historia de América Latina. ¿Qué pensaría si viviera el historiador argentino, Guillermo Beato, de esta ocurrencia?

Con el paso de los años, me voy enterando que cultivaron una grande amistad el Uruguayo Eduardo Galeano y el escuinapense, Dámaso Murúa.

El hijo de Dámaso Murúa, Yuri Murúa, le pregunta a su mamá: ¿Cuándo veces estuvo Galeano en Sinaloa? y ella recuerda que Galeano estuvo en el sur de Sinaloa por lo menos tres veces, la primera en la década de los 80´s, la segunda a finales de los 90´s del siglo pasado y la última en el 2001. Le gustaba la Cerveza Pacífico, los camarones y los tamales de Escuinapa. De las mujeres se expresaba muy bien.

Fue en una de esas visitas al sur de Sinaloa, cuando Dámaso Murúa, al calor de las Cervezas Pacífico y de seguro de un sabroso ceviche le empezó a contar la historia de su tía Susana a Galeano, la cual escribiría Galeano en “El libro de los abrazos”, Editorial Siglo XXI, en la página 35.

Celebración de la realidad

“Si la tía de Dámaso Murúa hubiera contado su historia a García Márquez, quizá la Crónica de una muerte anunciada habría tenido otro final.

Susana Contreras, que así se llamaba la tía de Dámaso, tuvo en sus buenos tiempos el culo más incendiario de cuantos se hayan visto llamear en el pueblo de Escuinapa y en todas las comarcas del Golfo de California.

Hace muchos años Susana se casó con uno de los numerosos galanes que sucumbieron a sus menos. En la noche de bodas, el marido descubrió que ella no era virgen. Entonces se desprendió de la ardiente Susana como si contagiara la peste, dio un portazo y se marchó para siempre.

El despechado se metió a beber en una cantina, donde los invitados de su fiesta estaban siguiendo la juerga. Abrazado a sus amigotes, él se puso a mascullar rencores y a proferir amenazas, pero nadie se tomaba en serio su tormento cruel. Con benevolencia lo escuchaban, mientras él se tragaba a lo macho las lágrimas que a borbotones pujaban por salir, pero después le decían que chocolate por la noticia, que claro que Susana no era virgen, que todo el pueblo lo sabía menos él, y que al fin y al cabo ése era un detalle que no tenía la menor importancia, y que no seas pendejo, mano, que nomás se vive una vez. Él insistía, y en lugar de gestos de solidaridad recibía bostezos.

Y así fue avanzando la noche, a los tumbos, en triste bebedera, cada vez más solitaria, hacia el amanecer. Uno tras otro, los invitados se fueron yendo a dormir. El alba encontró al ofendido sentado en la calle, completamente solo y bastante y bastante fatigado de tanto quejarse sin que nadie le llevara el apunte.

Ya el hombre estaba aburriéndose de su propia tragedia, y las primeras luces le desvanecieron las ganas de sufrir y de vengarse. A media mañana se dio un buen baño y se tomó un café bien caliente y al mediodía volvió, arrepentido, a los brazos de la repudiada.

Volvió desfilando, a paso de gran ceremonia, desde la otra punta de la calle principal. Iba cargando un enorme ramo de rosas, y encabezaba una larga procesión de amigos, parientes y público en general. La orquesta de serenatas cerraba la marcha. La orquesta sonaba a todo dar, tocando para Susana, a modo de desagravio, Negra consentida y Vereda tropical. Con esas musiquitas, tiempo atrás, él se le había declarado”.

Fuente: Internet

Fotografía de perfil de José A.Ríos Rojo

José A.Ríos Rojo

Columnista

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