En la mayoría de los casos los diputados que llegaron al Congreso del Estado en 2018 fueron unos absolutos improvisados y, lo peor, sin posibilidades ni disposición para realizar un mejor papel en el legislativo.
Y si eso se dio entre los titulares, es difícil que las cosas estén mejor entre los suplentes, seguramente con algunas excepciones.
Pues bien, ensoberbecidos por triunfos que en muchos de los casos no fueron de ellos, sino incluso a pesar de ellos, más de la mitad de los diputados de la actual legislatura se aprestan a dejar su curul para buscar la reelección u otro cargo.
Hay casos en que dan una errónea lectura su realidad. Creen que están donde están por sus virtudes y muchos se han atrevido hasta a negar que su arribo fue gracias a la gran ola lopezobradorista que los arropó en 2018.
Van por más y están en todo su derecho. Lo que no se vale es su doble cara, el recurrir a la mentira convenenciera de acuerdo a la circunstancia en la que se encuentren.
Tampoco se vale colocar en ese predicamento a uno de los tres poderes del estado, en el que si acaso se quedarán algunos legisladores con capacidad para continuar con los trabajos, deberán navegar con improvisados que no tendrán ni idea de lo que hacen ahí.
Tanto que criticaron el chapulineo de priistas en el pasado, para venir a terminar igual que ellos. Entonces, no eran iguales porque no podían, pero ahora que pueden pretenden serlo y hasta superarlos.
No son todos, afortunadamente, pero es el momento de que hagan una reflexión sobre la responsabilidad que tienen en este proceso de cambio.
Deben de bajarle a su arrogancia, ser más humildes, tener sentido común, sencillez y honestidad y así empezar a mostrar que pueden ser, efectivamente, diferentes.
Insisto. Están en todo su derecho, y algunos han hecho méritos para buscar seguir ahí o en nuevas responsabilidades, pero son los menos.
