El cineasta y nuevo director del Instituto de Cultura de Mazatlán, Óscar Blancarte, con desplante y soltura ha llamado “pendejo” a un joven mesero por culpa de un baguette. Esta es nuestra historia.
Se acicaló el pelo, se ordenó el cuello de la camisa color blanca a rayas, antes de que la cámara y las luces le iluminaran el rostro en un médium close up que detenía los años en su piel; que lo inmortalizaba. La frente le brilla un poco, pero una mano bienhechora borra las esquirlas de luz con una esponja con maquillaje. Se siente seguro y voltea a la cámara de frente, sin miedo, sin ningún atisbo de turbación en su semblante. Hoy le toca ser vigilado por una cámara. Lleva años detrás de ellas, como un ojo vigilante, como un voyerista cinematográfico.
No quiere parecer sobreactuado, artificial, como un actor sin filin y mantiene su mirada al lente y luego a su interlocutor, tratando de que cese su monólogo; lleva tiempo alabándolo. Está cansado de eso: esnobistas, villa melones, cinéfilos frutados y actores de quinta que casi besan su mano. De pronto repara en la voz chillona de quien lo interpela y la desesperación empieza a brotarle en pequeñas gotas sobre la frente. No brilla su frente ahora es un pequeño manantial. Ya no quiere monólogos; desea que empieza la entrevista, que brote la primera pregunta para poder callar el taladro que se le metió en la cabeza.
A pesar de todo, no quiere ser la presa. Reafirma su seguridad frente a la cámara y traga un poco de saliva, como preparando el acto del habla para crear la intersección perfecta entre pregunta y respuesta. Toma un poco de aire y recuerda a Óscar Liera, a sus personajes tibios y oscuros como callejones. Piensa que lleva su mismo nombre, al igual que el premio que entrega la Academia y se le hace una coincidencia extraña. Quien diría, hoy le ha tocado ser el actor. Y casi suplica que empiece la entrevista con una mirada sobre el filtro de la cámara. El grabador detrás se siente incómodo, sabe que él jamás será como Óscar, sabe que su piel jamás estará en esa piel, en ese lugar.
Inicia la entrevista y la primera pregunta se puede ver en el aire como un estallido. Él, arma su respuesta, acomoda las palabras de manera ordenada, sistemáticamente como un guion de cine. Espera A que su lengua se humecte de saliva para que cada letra, como granos de arroz, brote para delicia de quienes le escuchan.
Un torrente de sangre se le acumula en el cerebro para que la primera letra eclosione, luego la segunda, y la tercera es un torrente que no para nadie. Sobre el mundo Óscar suelta el aire y un sonido, que parece chasquido, se manifiesta: ¡pendejo! y los créditos de la película se deslizan desde lo alto de la pantalla imaginara de nuestras vidas.
The end
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