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Cien días con AMLO

El próximo domingo se cumplen los primeros cien días de Andrés Manuel López Obrador como presidente de la República, un periodo corto para una evaluación completa...

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El próximo domingo se cumplen los primeros cien días de Andrés Manuel López Obrador como presidente de la República, un periodo corto para una evaluación completa sobre todo por las amplias expectativas generadas, pero al que el mismo mandatario se ha sometido arrastrado por la tradición.

Debemos partir de que es innegable un cambio en el ánimo social del país, sustentado por una parte en hechos tangibles y por otra solo en una fe absoluta e indiscutible en el nuevo gobierno, cualesquiera que sean las cosas que éste diga y haga.

Están por un lado quienes no solo aprueban todo lo que hace el presidente, sino que lo idolatran, y por otro los que se mueven desde una sensata desaprobación hasta un preocupante temor y férrea crítica.

Quienes lo respaldan desoyen cualquier crítica razonada, fundamentada o no, sobre los riesgos que se están asumiendo con las diversas acciones de gobierno. Hay una especie de convencimiento irreductible basado solo en una fe ciega en lo que dice y hace López Obrador.

Es entendible tras décadas de engaños, excesos y abusos de quienes desde el poder incurrieron en toda clase de conductas criminales y de desprecio a las causas más nobles. También en que en tan poco tiempo se pasó de la ausencia presidencial a la omnipresencia del actual.

Destacaría dos puntos determinantes que han incidido en la percepción de los mexicanos que se muestran entusiasmados por las acciones del presidente: el desmantelamiento de la red que mantenía los insultantes privilegios a la clase política, y el compromiso de ir a fondo en la lucha contra la corrupción, loables, pero inconclusas ambos.

No pasa nada, en cambio, si el presidente insiste en modificar la operación de diversos programas, pese a que ello implique riesgos en la funcionalidad de los mismos, asumiendo posturas irreductibles no obstante los argumentos presentados en contra.

El asunto de las estancias infantiles y el apoyo a los programas de apoyos a mujeres violentadas son, entre otros, solo dos ejemplos de ello, y posiblemente de los pocos que pueden estar incidiendo en la aprobación que la ciudadanía le otorga a su desempeño, que se mantiene por cierto en niveles extraordinarios.

Tampoco parece pegarle al presidente el que por una parte se muestre excesivamente tolerante y hasta cómplice con un segmento de la disidencia magisterial que toma por semanas las vías de ferrocarril en varios estados del país generando miles de millones en pérdidas a empresas privadas, mientras que por otra amenaza abiertamente a los agricultores sinaloenses que anuncian se manifestarán tomando carreteras y casetas de cobro exigiendo una política más justa hacia el campo.

Parece que López Obrador si no promueve, cuando menos tolera los abucheos, espontáneos o inducidos, a gobernadores en visitas a entidades gobernadas por partidos diferentes a Morena, manteniendo e incrementando la polarización de la sociedad, pero eso tampoco le impacta en sus niveles de aceptación.

Y en el reparto de culpas y justificaciones, la visión más negativa que emiten las calificadoras internacionales las atribuye el presidente de la República a que se están basando en lo que se hizo en el pasado, mientras que la más favorable, la que tiene la gente común y corriente, se fundamenta en el entusiasmo que muestran los ciudadanos que sólo confían en que vienen cosas mejores.

No en el hoy, ahora, aquí, sino en lo que se hizo antes y en la esperanza que se genera en el futuro que se avecina.

Fuente: Internet

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