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Elba Esther Gordillo pide repensar la educación

Es facultad del Estado definir los objetivos de la educación: Elba Esther Gordillo

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México, DF.- Así como educarse es una de las primordiales responsabilidades
de los individuos, educar es primordial responsabilidad del Estado.
Es facultad del Estado definir los objetivos de la educación. Inherente a su
naturaleza es afirmar la preeminencia de un interés sobre otro, de una
cosmovisión sobre otra, de un grupo de poder sobre otro.
En medio de la celebración bicentenaria, habría que empezar por aceptar que
uno de los rasgos más característicos de México, de la Conquista al porfiriato,
ha sido la inequidad, sustentada en el dominio que un grupo de interés ha
ejercido sobre la conciencia nacional, y que se ha traducido en acumulación de
poder y de riqueza sin precedente.
Pese a los valiosos intentos de la generación liberal del 57 por sentar las bases
de una sociedad más equitativa, no fue sino hasta la consumación de la Revolución y su
desarrollo institucional cuando México inició un camino cualitativamente
diferente.
Un somero análisis de los índices de desarrollo humano de los mexicanos en
los albores del siglo XX revela claramente una situación de franco retraso:
analfabetismo superior a 80%; desnutrición de más de 60% de la población;
incomunicación de más de 70% del territorio; uso del castellano como lengua
nacional de menos de 30% de la población; sólo por mencionar algunos datos.
Es en esta perspectiva histórica donde la educación nacional, impartida y
bajo la responsabilidad del Estado, muestra toda su dimensión política. Porque
fue el régimen surgido del acuerdo posrevolucionario el que se hizo cargo de la
definición de la dirección en la formación de conciencias y la construcción de
valores colectivos.
Así, en poco más de cinco décadas, México logró un despliegue educativo
verdaderamente asombroso. Sin embargo, alrededor de la década de los 70 se
aprecia un estancamiento en el avance hasta entonces sostenido, y la aparición
de nuevos rezagos, alentados por la incapacidad del país para generar riqueza,
aprovechar las corrientes de pensamiento que iban abriéndose paso, y por la
negación a aceptar que sólo la adecuada inserción de México en el mundo, en
situación de competitividad, podrían realzar el país.
Uno de los cambios más significativos que la educación implantada por el
régimen generó fue algo, quizá imprevisto o no deseado, pero que vino a
resultar su mejor saldo, y fue que esta educación estimuló la aparición de un
ciudadano más atento a la vida política y más decidido a participar en ella.
Ya desde fines de los años 80 se reconocía que el régimen político mostraba
signos de caducidad, y que era necesario reformularlo, no sólo desde el interés
del gobierno, sino desde el de la ciudadanía renovada que iba surgiendo.
Sin embargo hoy, después de 10 años de alternancia en el gobierno federal,
de contar con un Congreso federal plural y de tener un abanico amplísimo de
gobiernos de todas las banderías políticas, es posible afirmar que no hemos
reconocido que el régimen político dejó de funcionar ni hemos alcanzado a
sustituirlo por otro.
Los saldos entregados por el régimen político que concluyó hablan de un país
menos polarizado. El sistema educativo que alcanzó este logro, que buscaba el
equilibrio a través de la formación de los individuos, no pudo llegar a
propiciar que México alcanzara niveles de desarrollo más dinámicos.
Hace más de 30 años que la economía no crece o lo hace marginalmente; la
pobreza se expande sostenidamente; las expectativas para una enorme masa
juvenil son inexistentes; el país expulsa cada ves más mexicanos a otras
economías más dinámicas; complejos fenómenos de inseguridad y violencia
irrumpen en la armonía nacional; nuevas pandemias limitan el desarrollo pleno
del individuo.
Con todo y que estos fenómenos no derivan de la acción directa de la
educación, sería absurdo no reconocer que ella no hace todo lo que podría hacer
para superarlos y contribuir a un desarrollo nacional cualitativamente
distinto.
Es pues la hora de preguntarnos: educación ¿para qué?, ya que si bien
seguimos considerándola una pieza esencial en la construcción del porvenir, y
todavía factor muy relevante de movilidad social, cada vez recibimos menos de
ella.
Cuando se afirma que la educación nacional ha dejado de estar sometida al
régimen político en el poder, el propósito es entonces convocar a que, desde
otra perspectiva histórica, defendamos qué queremos de la educación y cómo
podemos participar para obtener esto que queremos.
En tanto la educación nacional respondió al régimen político que la
determinaba, lo que prevalecía era la obligación del Estado de proporcionarla
por encima del derecho ciudadano a recibirla.
Ambas premisas (que la educación debe ser un derecho antes que una
obligación y que los logros de esta educación dejaron de ser factor del impulso
nacional y se resignó a ser sólo un factor compensatorio entre muchos otros) nos
obligan a repensar qué educación es la que necesitamos, de cara a esta era del
conocimiento que determina el desarrollo humano y frente a los enormes rezagos
que no hemos sido capaces de superar a lo largo de años.
De cara al futuro, y rindiendo homenaje a la herencia que recibimos del
pasado, tenemos que reconocer que sólo seremos libres cuando seamos capaces de
saber con claridad hacia dónde queremos ir.
 

Fuente: Internet

Fotografía de perfil de Liz Douret

Liz Douret

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