Veinte minutos antes de las nueve de la mañana del 15 de julio de 1997, el silencio que suele reinar en South Beach a esa hora se rompió con el sonido seco de dos disparos. El asesino no le dio tiempo re reaccionar a su víctima, que estaba de espaldas a él, abriendo la puerta de la mansión Casa Casuarina.
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El suelo se tiñó se sangre. Giovanni Maria Versace murió en el acto. Regresaba del News Café, donde había comprado diarios y revistas. Inmerso en su rutina, nunca advirtió el peligro. El hombre que lo mató vestía zapatillas, short, gorra con visera y una mochila al hombro. Se fue caminando sin ningún apuro por Ocean Drive. Eso contó Merisha Colakovic, el único testigo del crimen, que regresaba de llevar a su hija al colegio. A sus 50 años, Gianni Versace estaba muerto.
Un minuto después de los balazos salió de la mansión Antonio D’Amico, 38 años, su amante desde 1982. Lo abrazó y lo acunó como a un niño, llorando. Un mundo se derrumbaba. La cabeza de Medusa, el logotipo del imperio Versace tomaba su peor forma. Castigada por permitir que Poseidón la sedujera en el templo de Afrodita, su adorado pelo se convertía en miles de serpientes.
Dos balas bastaron. Según la autopsia (muerte cerebral), una en el cuello y otra en la nuca. La última reboto y le voló la cabeza a una paloma: otra ominosa señal.
La policía seguía los pasos de un asesino serial “in progress”. Ignoraba su nombre, pero no un claro perfil: gay, taxi boy, seductor de hombres poderosos y mayores que no se habían decidido todavía –y acaso nunca lo harían– a salir del closet.
Con información de Infobae